Los pornógrafos llevan mucho tiempo defendiendo como “libre expresión” los productos y prácticas de su extremadamente lucrativa industria, incluso cuando estos sexualizan el poder y la violencia de los hombres contra las mujeres. De modo parecido, quienes defienden la prostitución, a la que estratégicamente llaman “trabajo sexual”, plantean el movimiento a favor su legalización y normalización como liberador.
Pero estos grupos solo apoyan la libre expresión y las libertades en la medida en que sirven a sus intereses. Aquellos que se manifiestan contra la industria del sexo están excluidos de su versión de “libertad”.
Tuvimos pruebas de ello en marzo, cuando varios lobbies de la prostitución amenazaron con boicotear una conferencia en Vancouver, Columbia Británica, que iba a contar con la presencia de Chris Hedges, destacado periodista y columnista de Truthdig, como ponente principal. Estos grupos de presión intentaron impedir su participación por haber escrito un artículo en el que definía la prostitución como “la quintaesencia del capitalismo global”, y lo habrían conseguido si no hubiera sido por la respuesta apasionada de grupos locales de mujeres.
Las campañas de desprestigio contra las feministas y sus aliados que se atreven a decir la verdad sobre el poder y la violencia de los hombres no son algo nuevo. En los años noventa los pornógrafos lanzaron una campaña contra la profesora Catharine MacKinnon y la feminista Andrea Dworkin comparándolas con los nazis y acusándolas de suprimir la libre expresión cuando, en realidad, la ordenanza anti-pornografía que ellas habían redactado en Minneapolis en 1983 – definiendo la pornografía como una violación de los derechos civiles de las mujeres– no fue un intento de censurar la libre expresión sino de abordar el daño causado a las mujeres por la industria de la pornografía.
Para atraer a los progresistas bienintencionados, se inventó un movimiento por los “derechos de las trabajadoras sexuales” en oposición a aquellas feministas que creían que la prostitución era la extensión y la perpetuación del poder y la violencia del hombre. El lobby de la prostitución adoptó el lenguaje del movimiento obrero para defender los derechos de los hombres a abrir burdeles y a comprar servicios sexuales de las mujeres, y también el lenguaje del movimiento feminista para plantear la prostitución como una elección de la mujer.
Estos grupos de presión tienen a los medios de comunicación de su parte, así como a los proxenetas y los puteros. De acuerdo a sus intereses capitalistas, los medios oficiales presentan la pornografía y la prostitución como iniciativas empresariales y, en consonancia con sus bases patriarcales, aceptan como norma la idea de los cuerpos de las mujeres como objetos consumibles.
En los últimos años la industria del sexo ha colaborado con los medios para descontextualizar completamente el sistema de la prostitución. Este enfoque neoliberal es parte de un esfuerzo constante para desarmar a los movimientos que desafían los sistemas de poder: si somos simplemente individuos que miran por su propio empoderamiento (empowerment) personal y, por lo tanto, los únicos responsables de nuestros propios “éxitos” y “fracasos”, entonces no hay necesidad de organizarse colectivamente. Y esto es precisamente lo que quería decir Margaret Thatcher al afirmar que no existe la sociedad, solo individuos que ante todo deben ocuparse de sí mismos.
Al plantear un sistema que canaliza a las mujeres –particularmente a las mujeres marginadas– hacia la prostitución no solo como una elección de las propias mujeres sino como potencialmente liberador, estos grupos consiguen ocultar el modo en que la pornografía sostiene el poder de los hombres, descargando la responsabilidad de la subordinación de las mujeres en las propias mujeres. Al señalar la presión social para la auto-objetivación como empoderamiento, se permite a la sociedad ignorar las razones por las que las mujeres buscan empoderarse a través de la sexualización y la mirada masculina. Al centrarnos en la capacidad de acción consciente (agency) de las mujeres, pasamos por alto el comportamiento de los hombres.
Lo que verdaderamente están defendiendo los grupos que piden hacer presión a favor de los “derechos de las trabajadoras sexuales” no son, desde luego, los derechos humanos de las mujeres sino los intereses económicos y sexuales de los hombres. Y por eso en el discurso se evita deliberadamente abordar el daño que causan estos hombres.
La campaña para presentar la presión a favor de la prostitución como un esfuerzo de base para ayudar a las mujeres marginadas ha sido todo un éxito. Al ignorar la dinámica de poder inherente a la compra por parte de un hombre de los servicios sexuales de una mujer, y llevar el debate hacia la elección de las mujeres, quienes podrían considerarse a sí mismas feministas se ven en una encrucijada: “¿Debo defender el derecho de las mujeres a elegir?” La respuesta obvia es sí. Pero esa pregunta es engañosa. La verdadera pregunta es: “¿Apoyo el derecho de las mujeres pobres y marginadas a tener una vida mejor que la que les ofrecen los hombres explotadores?”
Si bien el lenguaje manipulador diseñado para atraer a las masas liberales es una parte fundamental de la iniciativa para despenalizar a los proxenetas y a los puteros, otro componente clave es la fácil derrota de las feministas que desafían ese discurso.
Los defensores de esa industria no se detendrán ante nada para silenciar las voces de quienes se pronuncien en contra de sus intereses. Tachadas de mojigatas, conservadoras religiosas, opresoras y fanáticas, la guerra contra estas feministas culminó recientemente en el intento generalizado de impedir que quienes disienten de su proyecto tengan acceso a plataformas desde las que expresar sus puntos de vista.
Cuando hace un año la periodista sueca Kajsa Ekis Ekman iba a presentar en Londres su libro “Being and Being Bought: Prostitution, Surrogacy and the Split Self” [“El ser y la mercancía: prostitución, vientres de alquiler y disociación”], la librería que organizaba el acto fue amenazada con boicots.
El clima actual en el feminismo anglosajón es el que apoya la caza de brujas, me dijo Ekman. Esa caza de brujas comienza con “campañas difamatorias, parece que viene ‘de abajo’, y sobre las feministas famosas dice que están obnubiladas por el poder tildándolas de elitistas, ‘cis-sexistas’, racistas y ‘putafóbicas’”, explicó. “Luego lleva adelante auténticas campañas de silenciamiento, amenazas de boicot, demandas, y aislamiento de cualquiera que se ponga del lado de las feministas y, por asociación, del lado de la culpa”.
En el año 2003, Melissa Farley, una psicóloga clínica y fundadora de la organización sin ánimo de lucro Prostitution Research and Education, dirigió una investigación en Nueva Zelanda sobre la violencia y los trastornos de estrés postraumático en personas prostituidas, y después tuvo que declarar ante el Parlamento de aquel país por las entrevistas que había realizado. Un defensor de la prostitución neozelandés que estaba en desacuerdo con su investigación presentó una queja contra ella ante la Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés). La queja fue ignorada por la APA y no fue tenida en cuenta por sus colegas, pero el lobby de la prostitución la presenta como legítima y la utiliza como excusa para presionar a otros para que descarten su exhaustiva e iluminadora investigación.
Julie Bindel, periodista feminista que lleva años informando sobre el comercio sexual mundial, ha revelado que el Sindicato Internacional de Trabajadoras del Sexo en Gran Bretaña era poco más que un portavoz de los proxenetas y los dueños de burdeles. También ha estado informando sobre los importantes fallos de la legalización de la prostitución en Amsterdam. En marzo, después de las quejas emitidas por los grupos de presión a favor de la prostitución, su nombre fue retirado de un panel de discusión de una película estadounidense sobre prostitución.
Las supervivientes de la prostitución también se ven enfrentadas a una campaña de silenciamiento. Bridget Perrier, educadora indígena y co-fundadora de la organización Sextrade101 de supervivientes del comercio sexual y abolicionistas con sede en Toronto, explicó que los esfuerzos del lobby a favor de la prostitución se centran en invalidar las experiencias de las mujeres que han abandonado el negocio, a menudo poniendo en duda sus historias.
Rachel Moran sobrevivió siete años a la explotación sexual en Irlanda y ha publicado un libro sobre sus experiencias, en el que aborda muchos de los mitos y las mentiras que ha perpetuado el lobby del trabajo sexual. Por su delito –contar la verdad– ha sido objeto de acoso continuo y acusada en más de una ocasión de inventarse su historia.
“He sido difamada, calumniada, amenazada, atacada físicamente y gritada”, me dijo Moran. “Mi dirección postal, los detalles de mi cuenta bancaria y mi dirección de correo electrónico personal han estando circulando entre las personas aparentemente más desequilibradas, las cuales me han tuiteado partes de mi dirección postal con ese estilo claramente amenazante del tipo ‘sabemos donde encontrarte’”.
Y añadió: “Sistemáticamente se alega que yo nunca estuve en la prostitución, aunque los registros que prueban que lo estuve están en manos de los servicios sociales irlandeses y del Juzgado de Distrito de Dublín de Menores”.
Negar verdades que podrían perjudicar el intento de presentar una versión expurgada de la industria del sexo, que vende la prostitución como “simplemente un trabajo como cualquier otro”, es un elemento clave de la campaña a favor de su legalización.
Moran me contó que le había impactado muchísimo la falta de compasión que mostraron hacia ella los defensores del negocio del sexo que aseguran tener un interés particular en la seguridad de las mujeres. “Sencillamente les importa un bledo estar llevando a cabo una campaña deliberada y organizada de intimidación contra una mujer que fue sistemáticamente abusada sexualmente por hombres adultos desde los quince años”, manifestó. “Mis verdades no les gustan, por eso hay que silenciarlas”.
Desesperados, sin ser capaces y sin estar dispuestos a responder a los argumentos feministas y socialistas básicos contra el negocio del sexo –a saber, que se ha levantado sobre la base del poder del hombre y del capitalismo, perpetuando ideas misóginas sobre las “necesidades” del hombre y los cuerpos de las mujeres como los objetos para satisfacer esos deseos socializados– sus lobbies recurren a las mentiras y a la calumnia.
Estos grupos intentan hacer pasar las campañas difamatorias por “crítica”, pero son cualquier cosa meno eso, señaló Ekman, la periodista sueca. “Lo que está ocurriendo no tiene nada que ver con la crítica. Recuerda más bien a una revolución cultural maoísta a gran escala”.
“Si eres una destacada feminista, no te escaparás”, continuó. “Si todavía no te han atacado lo harán, o no eres lo suficientemente peligrosa”.
Llevo años escribiendo sobre la industria del sexo y la legislación de la prostitución en Canadá. Los ataques contra mi persona y mi trabajo han sido implacables. En las últimas semanas varios grupos de presión canadienses a favor de este negocio organizaron una importante campaña difamatoria en línea, tachando los argumentos contra la objetivación, explotación y abuso de las mujeres de “fanatismo”, distorsionando intencionalmente mi trabajo y mis opiniones hasta volverlos irreconocibles.
Las acusaciones absurdas e infundadas lanzadas contra mí –“transfóbica”, “putafóbica”, racista y demás– reproducen las utilizadas contra todas las mujeres que desafían el statu quo en este sentido. La intención no es hacer justicia, sino calumniar a las feministas para que sus argumentos puedan ignorarse y descartarse, y también acosar a otros hasta que hagan lo mismo. La única cosa que nunca mencionan es la verdad.
La mujeres que se prostituyen tienen 18 veces más probabilidades de ser asesinadas que la población en general, y los hombres responsables tienen muchas menos probabilidades de ser condenados cuando se trata de una prostituta. En Canadá las mujeres indígenas están sobrerrepresentadas en la prostitución y, en general, sufren mayores niveles de violencia que las mujeres no-indígenas. La legalización ha demostrado no ser una solución para la explotación, la violencia y el abuso.
Estos individuos y grupos cooptan las luchas de las personas marginadas para defender una industria multimillonaria que cada año se cobra la vida y la humanidad de miles de mujeres y niñas en todo el mundo. Para impedir que quienes manifiestan su desacuerdo amenacen sus intereses con palabras y argumentos, recurren a tácticas poco limpias para silenciar a escritoras y periodistas feministas independientes. Identifican nuestras palabras como “violencia” pero no hacen nada para luchar contra los responsables de la violencia real. Estos grupos nunca han participado en ninguna campaña pública contra un maltratador, nunca han presentado una demanda solicitando el despido de un putero violento, nunca han llamado “fanáticos” a quienes fuerzan a las niñas a prostituirse en burdeles o en las calles. Sus objetivos no son el capitalismo corporativo o los traficantes de sexo, tampoco los reyes del porno o los dueños de los burdeles maltratadores. No. Sus objetivos son las feministas.
En su ensayo “Liberalism and the Death of Feminism” [“Liberalismo y la muerte del feminismo”], MacKinnon escribió que “una vez hubo un movimiento feminista”: un movimiento que entendió que criticar prácticas tales como la violación, el incesto, la prostitución y el abuso no era lo mismo que criticar a las víctimas de esas prácticas. “Era un movimiento que sabía [que] cuando las condiciones materiales descartan el 99% de tus opciones, no tiene sentido llamar al 1% restante –lo que haces– tu elección”. Escribió estas palabras hace 25 años y aún seguimos librando las mismas batallas. Pronunciarse hoy contra los sistemas patriarcales significa que tu medio de vida se verá amenazado, así como tu credibilidad y tu libertad para hablar.
No puedes pretender ser progresista y manifestarte en contra de la democracia. No puedes pretender ser feminista y apoyar el silenciamiento de las mujeres. Este nuevo macartismo no nos liberará. Nos deja en manos de quienes quieren nuestra desaparición.
Meghan Murphy es una escritora y periodista de Vancouver, Columbia Británica. Su página web es Feminist Current.
Fuente: http://www.truthdig.com/report/page3/the_sex_industrys_attack_on_feminists_20150529