Se sabe que es duro ser pobre en todos lados. Pero imagínense ustedes vivir sin gas, sin agua y sin cloacas en ciudades donde en otoño llueve durante tres meses seguidos y en invierno hacen 10 grados bajo cero y se acumulan 30 o 40 cm de nieve y hielo. Vivir en casillas de madera y chapa, calefaccionándose con leña, siempre robada o furtiveada, o quemando lo que uno encuentre, en lo alto de la meseta (los barrios pobres están siempre en los lugares más altos y más inhóspitos de la meseta), en una región famosa por su viento que sopla a más de ochenta kilómetros por hora por días o semanas. Imagínense vivir a cuarenta minutos del centro, en un lugar en el que el cole pasa una vez por hora, a horarios impredecibles, y donde hay que esperar cuarenta minutos debajo de la lluvia o la nevisca.
En los barrios de casillas de las ciudades patagónicas (que tienen nombres como “El Cañadón de las Cabras,” “El Buenos Aires Chico” o “Toma 15″) hay, cada invierno, decenas de muertes por monóxido de carbono e incendios, ya que la leña o el carbón se queman, en general, en tachos o braseros.
En uno de estos barrios de la meseta una pediatra lque conozco le preguntó a un paciente “cuántos años tenés.” La respuesta fue “no sé.” “Bueno, cuándo te festejan el cumpleaños.” “No sé. ¿Qué es un cumpleaños?” fue la respuesta.
Ahora, si es duro ser pobre en la Patagonia, es aún más duro ser pobre en Bariloche.
Bariloche no es una ciudad, sino dos. La geografía misma organiza esta doble identidad: de un lado del cerro, hacia el lago, está el bajo. Del otro lado, hacia atrás, hacia la meseta, está el alto.
El bajo es una ciudad rica, llena de camionetas cuatro por cuatro. La ciudad del centro, del “bajo,” se imagina suiza o alemana. Es la ciudad en donde hubo una marcha de vecinos para pedir que no extraditen a Erich Priebke. Es una ciudad que organiza su famoso desfile “de colectividades extranjeras, pero que en realidad es el desfile de los descendientes de alemanes, austríacos y suizos, ya que no desfilan ni los descendientes de chilenos ni los miles de bolivianos que ahora viven allí. Es una ciudad en donde el ejército y la Iglesia tienen todavía una gran presencia.
El bajo es confortable, lindo, carísimo, con alquileres que son iguales o más caros que los de Buenos Aires.
El alto, del otro lado de la cadena de cerros que le da a Bariloche su espectacular vista, no tiene nada de eso. No tiene asfalto, no tiene gas, no tiene cloacas y no tiene casi transporte público. No tiene vista al Nahuel Huapi, ni a ningún otro lago. Tiene, o tenía hasta hace poco, el desempleo más alto de la provincia de Río Negro. No tiene hospital, no tiene basurero. Tiene mucha población joven y muchos homicidios, varios de ellos a manos policiales.
Gracias al cerro que los oculta, los habitantes del bajo no sólo no comparten la ciudad con los del alto, sino que ni siquiera los ven. Con sólo no pasar nunca “del otro lado,” es perfectamente posible hacer como que los del alto no existen.
Salvo, como dice Pájara, que un día los del alto “bajen.” Que bajen para matar o robar. Que bajen para alterar el equilibrio natural de la ciudad que, en realidad, son dos.
El único contacto que tienen las dos ciudades entre sí es, la mayoría de las veces, la ocasión de un delito o un hecho de violencia. El manejo de la aduana de frontera, simbólica y real, entre el bajo y el alto, queda obviamente a cargo de la policía de la provincia de Río Negro. Una policía cuyo principal rol, a ojos de la comunidad, es asegurar que alto y bajo no se crucen.
Una policía cuyo lema es “soporta y abstente.” Una policía que está, como casi todas las policías provinciales de nuestro país, autonomizada del poder político, salvo cuando éste, por afinidad electiva, ordena reprimir. Una policía que hace poco más de un mes ya mató también a un adolescente en la ciudad de Viedma.
Y así murieron tres personas, dos de ellas adolescentes, bajo balas policiales.
Y, como no son de la ciudad del bajo, sino de la ciudad del alto, esas muertes tienen otro precio. Un precio, digamos, más bien bajo.
El gobernador radical Saiz pidió “no politizar la tragedia” y no dijo nada más. Hasta ahora, sólo anunció el traslado de la comisaría. No dijo nada de qué pasará con los responsables, ni anunció reformas en una policía que tiene un historial horrífico.
Los diarios, provinciales y nacionales, dijeron muy poco; incluyendo a Página 12, que recluyó las muertes a un recuadro. El diario Río Negro le da más espacio en su nota al temor de los comerciantes del bajo a que “vuelvan a bajar” los del alto (sic) que al dolor de los barrios.
El intendente de Bariloche, Marcelo Cascón, pidió al gobierno nacional que envíe la Gendarmería, habiendo consensuado esto con las cámaras empresarias y sin consultar con las organizaciones de vecinos del alto.
O sea: lo único que importa es reconstruir la frontera entre las dos ciudades, volver al orden natural que no debería haberse roto.
Es así. Es siempre duro ser pobre; pero es muy duro ser pobre en Bariloche.