Nos vieron la vulva y de inmediato nos educaron en la feminidad y se crearon expectativas sobre nosotras.
Nos perforaron las orejas. Nos pusieron ropa incómoda y nos peinaron hasta doler. Nos chimaron los zapatos de la primera comunión. Ya luego, de la costumbre, nos sentimos inseguras de no saber si el pelo estaba bien, si la ropa estaba bien.
No salimos de la casa sin maquillaje, no nos pusimos enagua por los pelos… o por el acoso.
Nos preguntaron por el chico que nos gustaba. Nos dio vergüenza encontrar atractivas a las mujeres y preferimos ignorarlo.
Nos tocaron de niñas… el papá de la mejor amiga o el abuelo.
Nos acosaron en la calle, en la casa de la amiga, en el cole.
Miraban con detenimiento el crecimiento de nuestro cuerpo. También opinaron.
Nos dio vergüenza la menstruación. Ocultamos el crecimiento de las tetas o, por el contrario, sentíamos la necesidad de mostrarlas para agradar.
Nos sentimos feas y eso nos dio inseguridad.
Unas fueron a la u, las otras se quedaron cuidando bebés solas. Otras fueron prostituidas.
Unas eran demasiado mandonas, otras demasiado santas, otras demasiado fáciles y otras (como yo) demasiado amargadas.
El amigo nos puso a ver porno. Desconocidos nos mandaron fotos de penes. Amigos o parejas nos pidieron nudes.
Nos pagaron menos que los colegas. Nos apoyaron menos que el hermano.
Nos dijeron que nos calláramos. Se burlaron de nuestras preocupaciones. El novio se quitó el condón.
No pudimos abortar. Nos cortaron la entrada de la vagina para que saliera el bebé más rápido.
Nos tocaron de nuevo.
Nos seguían acosando.
Nos violaron.
Hicieron lo mismo con la hermana, la amiga, la desconocida… más adelante, nos dimos cuenta también de la abuela o de la tía o de la madre. Lo hicieron con nuestras hijas.
Erotizamos la sumisión y la violencia en el sexo. Nos convencimos de que nos gustaban ciertas prácticas sexuales, como tragar semen, el sexo anal o el BDSM.
Nos obligaron a seguir casadas por los hijos. Los hijos se pusieron del lado del padre. A los hijos no les importó nuestro cansancio.
Nuestras parejas nos pegaron… Algunas hasta la muerte.
Y aun así nos dijeron privilegiadas por… ¿ser femeninas?
Podría seguir. Pero, a todo esto, recapitulemos: primero nos vieron la vulva.
Duden de quienes nos dicen privilegiadas.
Ninguna mujer lo es.
Fuente: Maite García Tevar