A Héctor Flores
A mí me contó el Indio cómo fue el accidente, el día que el Toti perdió los dedos en el balancín de Yelmo. Sin detalles, porque el indio no es de esos. No entendí la existencia, en estos tiempos, de una máquina que cortara dedos.
Supe después que era selectiva, sólo cortaba dedos de obreros, manos de obreros, ¿Y qué hacen los obreros sin sus dedos, sin sus manos?. Parece ser que se vuelven magos.
Dicen que el Toti se enamoró de una mujer y que la acaricia, incluso, con los dedos que le faltan. Porque el amor es así de testarudo, así de obcecado, así de impertinente.
Y que cuando amanece los dedos que le faltan ya son muy largos y fosforescentes.
Y le sirven al Toti para echar luz sobre unos cuantos temas, para aclarar las cuentas, para darse cuenta, por ejemplo, que la guerra en la que está metido no sabe de tregua. Que se la declararon antes que naciera. Que para estos menesteres mucho le sirven estos nuevos dedos de luz, que le crecieron.