Caemos lentos círculo a círculo (¿qué nos querés, amor,
qué nos querés, vida de la vida sin muerte,
tiempo a tiempo, sin laureles?).
A la izquierda de las acequias aprendemos a rodear
el nombre, el nombre del viento:
viento de los amaneceres del cuerpo
(¿en qué parte del cuerpo encontrarte, amor, nuestro amor
al este del ala, alcancía de agua y totora y cuerpos y nada?),
viento puro de los atormentados,
de los que caminan descalzos,
de los hambreados,
desmesurados sobre el fuego como espigas
(somos tristes. Lo ancho y múltiple es alegre,
esfera de tierra, yuyo de cielo, corazón desnudo
más desnudo que un hueso llorando, que la muerte más desnuda
por vestida de arpillera y ramas de sauce, más desnuda que la esencia,
que la acequia, que la vida muerta en el viento por los sueños).
Miel de romero en la boca,
en la boca del aljibe,
en la boca de todos:
miel, mate y hortensias, qué descanso para el viento,
qué sueño soltar de una vez la arena seca de los puños,
qué esperanza para el fuerte
(viento de los fuertes que guardan su forma,
la forma de su barca como sauce sin sombra).
No se cernía sobre el sauce sol alguno, ni río
ni sombra alguna. Entramos en nuestro propio nombre
que no nos cernía, desesperados envolvimos
con nuestro nombre las cosas, la ausencia de la ausencia,
el amor de nuestro amor, el país violado.
Entramos en nuestro corazón, pan blanco,
pan negro y dulce, eterno en lo efímero,
y nos consumamos en nuestra sombra.
Alguien dijo:
es octubre y comienzan a florecer las flores,
y calentamos nuestras manos en un fuego de pirelli
(¿qué nos querés, amor?,
¿qué parte de nosotros querés en el mundo?)
y bebimos el llanto sauce de las totoras y leímos el mundo
en los ojos de Teresa Rodríguez,
los jardines en la luz de las hogueras
(fuegos en las rutas, faros,
¿adónde vamos, amor, vida, sueño?),
comimos de nuestra sola sombra, y supimos:
sólo se opone a la luz
la misma luz, el espacio y el tiempo,
nuestros sueños y el hambre.
Alguien nos dijo: es abril y ahí van los ojos de Fuentealba.
Envolvimos los jardines siempre ajenos con nuestro nombre
y nuestro nombre con fuego
(el nombre sin medida, placeres del ser, dolor del estar)
y con fuego el desierto de los desapegos
y con hielo, mentira y sombra.
Entramos todos solos en aquel asfalto,
selva oscura en medio de la vida,
caemos sin fuerzas en lo caído,
círculo a círculo,
para alcanzar la luz mayor de la grisura de la boca famélica
(¿qué nos querés, vida de nuestra vida sin sueños?).
Griselda Fanese