Una reflexión de Nicolás Lobos sobre el fenómeno de la «violencia securitista» en las calles de la Argentina

No se trata de la ley del Talión porque ésta es una ley que limita la pulsión sádica de muerte, el deseo mortífero de sangre. Hace tres mil setecientos años, cuando alguien te sacaba un diente vos ibas y le sacabas un diente, pero también podían sacarle todos los dientes y le podías sacar un ojo y cortarle las manos. Si te sacaban un ojo ibas y le incendiabas la casa y le matabas a la mujer y a los hijos… si es que no querías seguir. Esta venganza desmedida es limitada por la ley del Talión que se instituye como una ley de civilización. Desde que se impone esta ley, “si te sacan un diente sólo puedes cobrarte con un diente” y “si te sacan un ojo sólo puedes sacarle un ojo”. Se trata de establecer una equivalencia, una regla de “justicia” y un límite a la barbarie. Lo que hemos visto estos días no respeta en absoluto la ley del Talión dado que el chico de Rosario había robado una cartera y le arrebataron la vida.

No es tampoco “justicia por mano propia” dado que para que sea justicia debería estar probado el hecho y el infractor y obviamente no podrían caber dudas. Algo imposible en el medio de una calle y de un tumulto de individuos enardecidos. Difícilmente podríamos estar seguros, en esas condiciones, de la culpabilidad de alguien como sucedió en el barrio de Belgrano cuando Oscar Bonaldi y su amigo Leonardo Medina iban a trabajar y fueron confundidos con los autores de un robo a una remisería y golpeados salvajemente y desfigurados por seis “vecinos” indignados. La paliza terminó cuando apareció la policía y los agresores se enteraron que los verdaderos ladrones de la remisería habían sido detenidos. Sin embargo estos “buenos vecinos” no fueron identificados, ni siquiera “molestados” por la policía, simplemente se fueron a sus casas… ¡Ah! Y se llevaron la moto de los jóvenes y la hicieron desaparecer, por las dudas.

No se trata tampoco de hechos de venganza, porque la venganza supone que la víctima –pero sólo la víctima– de un delito descargue su furia contra el victimario. Por el contrario aquí no tenemos a la víctima actuando sobre el victimario sino a decenas de personas que no fueron dañadas por el sujeto en cuestión. En Rosario ninguno de esas cincuenta personas que pateaban la cabeza del pibe era la mujer a la que le fue arrebatada la cartera.

Tampoco se trata de linchamiento porque el linchamiento supone la ejecución, o el ajusticiamiento de alguien que ha cometido un delito –un delito probado– por parte de un pueblo o de un grupo. Lo que se alude con “linchamiento” es a la ejecución popular, pero no al asesinato en banda, no al goce sádico homicida. Y como ha escrito Julio Maier en Página/12: “Cuando se compara a nuestros vengadores con Charles Lynch se comete una injusticia con este último: al menos él era un revolucionario, patriota de la independencia estadounidense que reaccionó contra los tories, leales a la Corona inglesa, por razones propias de la guerra de la independencia de ese país, contexto que no lo justifica pero que explica sus acciones”.

¿Qué es –entonces– lo que hacían realmente estos “vecinos” enfurecidos? Veamos el episodio que ocurrió en Charcas y Coronel Díaz tal como lo relató Grillo Trueba por tweet y que ha sido publicado en distintos medios: “Se veía un tumulto de gente. Me termino de acercar y empiezo a ver lo dantesco. Un tipo grandote con uniforme de portero estaba arriba de un pibe de 16/7 años inmovilizándolo”. Es decir, estaba reducido, como dice la policía. Continúa en otros tweets: “De repente, una de las personas del tumulto se acerca corriendo y le mete una patada en la cara al pibe. Para que se entienda: de la boca le salía un río de sangre que primero formaba un charco en las baldosas y luego un reguero hacia la calle”. Y por último: “Una mina de unos 55/60 años se acercó corriendo y empezó a gritar ‘¡Lo van a matar! ¡Paren que lo van a matar!’”. La policía tardó en llegar unos 25 minutos. “En el medio, la gran mayoría que seguía gritando que había que matar al pibe”. Y como complemento señalemos lo que relata Gerardo Romano testigo de otro hecho semejante: “8 de cada 10 personas allí le decían negro de mierda, negro hijo de puta”. Esa persona que llega corriendo y le mete la primera patada al pibe que le hace salir un río de sangre de la boca. Ese no era la víctima. ¿Por qué lo hace? El chico estaba reducido, en el piso, no podía escapar. ¿Por qué después viene otro a patear y después otro, y otro? ¿Para hacer justicia? ¿Para vengarse? ¿De qué? ¡Ellos no fueron víctimas del hecho! No es para hacer justicia, sin duda, no es para vengarse. Se me dirá que seguramente alguna vez lo robaron, es posible,… tal vez varias veces, ¿pero, ese mismo chico? ¡No! Claro que no es el mismo. ¡Pero seguro aquel también era morocho! Por lo menos así lo dicta el racismo común dominante: “todos los negros son iguales y todos los negros son delincuentes”. No, en realidad lo que querían no es hacer justicia, no es tomar venganza, no es cobrarse lo que les fue arrebatado ni infringir el mismo dolor que les fue infringido. Lo que querían es ver sangre, querían producir un dolor intolerable, lo que querían es matar. Son asesinos. Su delito es de los más graves que contempla el código penal: homicidio calificado por alevosía y ensañamiento.
Nicolás Lobos

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