Para los antiguos griegos, Hades era, a la vez, dios de la muerte y la opulencia. Tan fuerte era la asociación que el oscuro señor del inframundo era conocido también por el nombre de Ploutōn, que significa «riqueza».
En Pluto, su última comedia, Aristófanes nos da una pista para entender esta dualidad: “Cuando se han hecho ricos —sentencia la deidad—, desaparecen todos los límites a su maldad”, y la maldad incluye —lo sabemos bien (la historia es inapelable)— el crimen, el fratricidio, el homo homini lupus, la bestialidad caínica. También lo sabía Virgilio, y por eso escribió en su Eneida: “¡A qué no arrastras a los mortales corazones, impía sed del oro!”.
Volvemos a encontrar al Pluto bifronte en Marx: “el capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que succionando trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo succiona”. En otro pasaje de Das Kapital insiste: “el obrero no es ningún agente libre, y su vampiro no cesa en su empeño, mientras quede un músculo, un tendón, una gota de sangre que chupar”. Y cuando analiza el fenómeno de la acumulación originaria, señala que “los métodos de la acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos.”
Pero, al igual que Hades, el capitalismo no sólo se apropia de la vida por medio de las Keres salvajemente cruentas y alevosas —la guerra, los regímenes de excepción, la dictadura, el terrorismo de estado—; también lo hace valiéndose del incruento y cotidianamente subrepticio Tánatos —la propiedad privada, el mercado, la explotación, la miseria—. Las Keres tienen la impaciencia de las aves de rapiña, y Tánatos la paciencia de las carroñeras. Pero unas y otro hacen su macabra faena con igual eficacia.
Si es verdad que el capitalismo —nuestro Pluto moderno y secular— es la muerte, entonces el socialismo es la vida y la revolución una resurrección. Pero no se puede luchar por la vida si no se está realmente vivo, si nada se sabe acerca de la vida auténtica por venir. Sin prognosis la muerte sería ubica y omnipotente. Vicente Zito Lema lo sabe; siempre lo ha sabido. Toda su poética, de principio a fin, es una euporía consciente y deliberada a esta aporía desesperante. Ante el interrogante de cómo vivir en ausencia y en espera de la utopía, él nos responde: “la poesía”. Y ante la pregunta de cómo vivir en aras de la utopía, él también nos responde: “la poesía”. Porque en la noche sin luna de la barbarie, los poemas son relámpagos que iluminan por un instante el horizonte. Pero se sabe: no toda poesía relampaguea. Si es evasión o placebo, fosforesce —como los fuegos fatuos—, pero no relampaguea; no ilumina el cielo y la tierra. La poesía relampaguea cuando, exiliada del Parnaso, deviene propedéutica y compañera de lucha sin perder la esencia de su sagrado hogar de procedencia; cuando se refunde en el crisol de Dike como kalokagathía («belleza y bien»).
En este presente plutónico, la poesía de Zito Lema es una mímesis (en sentido aristotélico) de la revolución, una anábasis interna que nos devuelve por un momento a la vida verdadera. No se puede tomar esta experiencia a la ligera. Hay demasiado en juego. Si en la larga huida del Hades prescindimos del arte y sus anticipaciones utópicas, corremos serio riesgo de caernos o extraviarnos. Es la plena conciencia de la importancia vital que tiene la poesía –figurada y literalmente hablando–, lo que ha llevado a Vicente Zito Lema a concebir ese arte, su arte, como una auténtica ceremonia de resurrección.
Federico Mare
[Prólogo a Resucitaciones (la poesía puede más que la muerte). Poemas inéditos de Vicente Zito Lema. Mendoza, LHdMC, 2010]