Carlos Thorp tiene 19 años, es reportero gráfico y vive en Viedma, Río Negro. Sus imágenes ilustran las notas de la mayoría de los medios que cubren temas en la región. Ayer, mientras salía de un recital, fue interceptado por la policía rionegrina, detenido y torturado en una comisaría. Desde el hospital, donde está internado con el cráneo y dos costillas fisuradas, con las manos quemadas y lesiones internas, Carlos denunció que se trató de una brutal represalia por su trabajo.
Sus captores se la tenían jurada: pocos días antes, había cubierto la represión a un grupo de vecinos que protestaba por el asesinato de Guillermo Trafiñanco, el adolescente de tenía 16 años que murió baleado por la espalda por un policía el 25 de octubre. Carlos había ido al lugar del hecho y tenía imágenes que graficaban, tanto la indignación de los vecinos, como los aprestos policiales para reprimirlos.
Ayer, diez días después de aquel hecho, fue a un recital del grupo Damas Gratis, en la Disco Tatoo Tropical. Salió a las 5:30 junto a tres amigos. Afuera había algunos incidentes. Ellos estaban yéndose, pero un policía lo señaló desde una moto. “Este es el de la prensa”, gritó el oficial. Los amigos de Carlos se dieron cuenta. “Vámonos que acá nos matan”, dijo uno. Pero no hubo tiempo: cinco policías se abalanzaron sobre el joven, lo subieron a golpes a una camioneta y lo llevaron hasta la comisaría 34. Al bajarlo, le pegaron un culatazo en la mandíbula y otros golpes que lo dejaron inconsciente.
Se despertó apoyado en una reja. Lo habían atado con un precinto y tomaban mate alrededor de él. “Ahí me pegaron con cachiporras y me metieron cosas en el ano. Mientras, me decían ¿así que sos vos el que sacas las fotitos para el diario?”, contó Carlos a Tiempo Argentino.
Uno de los policías le ordenó firmar una planilla declarando que había participado en una serie de disturbios. “Vos acá sos un NN”, le dijeron para convencerlo. Pero Carlos no firmó. “Entonces me hicieron agachar y me gatillaron tres veces en la cabeza en distintas posiciones. El policía ponía y sacaba el cargador y volvía a gatillar. En un momento le dije: Pegame un tiro y dejate de joder’.”
Con ese pedido los golpes recrudecieron y los policías decidieron ficharlo: lo agarraron entre dos, calentaron en un anafe el rodillo para tomar las huellas y me quemaron todos los dedos de la mano.
Pocos minutos después, un médico forense de la policía le dijo que no tenía nada, y que estaba borracho.
A las 9:30 de la mañana, luego de un traslado a otra comisaría y varios golpes más, Carlos fue liberado. Su familia lo llevó a un hospital, donde quedó internado, y enseguida presentó la denuncia. Como orinó sangre, además de recuperarse de los golpes, los médicos esperaban el resultado de los exámenes. Desde su cama, Carlos definió su situación con pocas palabras. “Yo amo mi profesión –dijo–. Y voy a seguir adelante.”
Familiares y Amigos de Luciano Arruga