Era un preso. Un paria de la sociedad. Y el Estado neuquino lo asesinó. A miles nos dolió cuando el Estado mató a un maestro, allá por el 2007. Miles marchamos y pedimos justicia. Pero claro, Cristian Ibazeta no era un maestro. Había sido un chorro. Y en la U11 purgaba su culpa. Vaya si la purgaba. A los golpes, con varillas de hierro en las plantas de los pies, con pisotones y más golpes. Torturándolo. Como a muchos de sus compañeros de pabellón. Hasta que el martes pasado lo mataron. A los golpes, que esta vez no resistió. Con 24 puñaladas, que su cuerpo no pudo aguantar. Con la mandíbula rota y los órganos comprometidos.
Pero no, no saldrán miles de neuquinos esta vez a la calle a pedir justicia por Cristian. Porque Cristian era un chorro. Un pibe de un metro noventa, atlético, que se mantenía en forma porque en un mes comenzaba con sus salidas transitorias. Y quería jugar con su hijo de 12 años. Un tipo inteligente, que no quería meterse en problemas porque en poco tiempo comenzaría a recuperar su libertad. Un muchacho que por resistirse a los abusos permanentes de sus guardiacárceles que en Neuquén son los mismos policías que lo meten preso, porque no hay servicio penitenciario vivió siendo maltratado. Obligado a pasar largas temporadas en los distintos penales del país, para alejarlo de su familia. Que es pobre, como la de todos los presos que pueblan las cárceles de este país.
A Cristian lo agarraron dormido. Dicen que “planchado”, lo cual explica que no se haya defendido. Empastillado era la única manera de que su metro noventa no se resistiera a semejante paliza. A los 24 puntazos. Dicen que uno le entró por el oído y le llegó al cerebro.
Aún no se sabe si fueron internos buchones a quienes les liberaron la zona para que actuaran, o si directamente fueron sus guardiacárceles. Sea como fuere, a Cristian lo mató el Estado.
Y ojalá miles de neuquinos salieran a la calle a pedir justicia por él. Pero lo dudo. Cristian era un chorro.
Nada más que eso.