El libro de Daniel Cecchini y Jorge Mancinelli es, sin duda, un thriller. Tiene la tensión del relato de hechos reales que reclamaba Rodolfo Walsh y, además, cada frase contiene un dato y cada párrafo un concepto.
Lo dramático es que, como otras grandes investigaciones periodísticas, nos pone de cara a la impunidad y la voracidad de los grupos de poder económico cuando están asociados con las peores formas de autoritarismo político.
Silencio por Sangre.
La verdadera historia de Papel Prensa logra describir a una serie de conspiradores, civiles y militares, que se apropiaron de bienes de un valor descomunal por un dinero irrisorio y, para ello, no repararon en el secuestro, la tortura y el asesinato. Este libro, sin embargo, no nos deja sin aliento ante un hecho consumado. Lo más impactante de esta historia es que muchos de los victimarios están libres y muchas de las víctimas sobrevivieron. Ellos son “el fusilado que vive” y que, además, habla. En las páginas que siguen hay suficientes testimonios y documentos como para incriminar ante la Justicia a quienes despojaron de Papel Prensa de sus legítimos dueños.
El 10 de noviembre de 1976, después de haber arrancado las acciones a Lidia Papaleo de Graiver, los directivos de La Razón, La Nación y Clarín dieron una “conferencia de prensa” en la sede de la Asociación de Entidades periodísticas Argentinas (ADEPA), esa nefasta asociación de lobby que sobrevive para vergüenza de la libertad de expresión. Allí, con bombos y platillos, dejaron por escrito “la adquisición se había efectuado con el fin de rescatar a Papel Prensa SA para la prensa argentina, evitando que su control estuviera en manos de personas extrañas al periodismo nacional”.
La frase, leída 34 años después remite a los peores bandos militares, pero fue labrada por quienes se quedaron con el monopolio del papel de diario, el principal insumo para que las ideas puedan ser publicadas. Agregaron que “todos los usuarios que lo desearen podían tener participación en la Sociedad, de acuerdo con las previsiones legales y estatutarias”. Escribieron “usuarios” en vez de editores o dueños de diarios para anticipar la burla que todavía hoy persiste, especialmente a las empresas editoriales pequeñas o medianas para quienes el costo del papel es crítico. Los diarios y revistas que no tienen poderío empresarial ni despojaron a empresarios en sociedad con los dictadores vivieron siempre extorsionados por Papel Prensa. A veces recibiendo el papel como dádiva, a veces fundiéndose y cerrando diarios.
En enero de 1977 terminaron el papeleo para que los tres diarios se repartieran Papel Prensa con la Junta Militar. La partieron como una pizza y la dictadura se quedó con un cuarto. La realidad es que los de saco y corbata convivían impúdicamente con los de uniforme. La Razón era del Servicio de Inteligencia del Ejército desde que, tal como había denunciado Walsh en El caso Satanowsky, le daba la letra a su director Félix Laíño. La Nación era el bastión del empresariado mis concentrado que se beneficiaba con el plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz. Clarín, al que muchos tenían por desarrollista, se había sumado con armas y bagajes al proyecto de destrucción de la industria nacional y de brutal despojo de los derechos de los trabajadores.
Una vez cumplidas las formalidades, los grupos de tareas militares salieron a la caza de los herederos de David Graiver y de otras personas que, de modo legítimo, eran los tenedores de las acciones de Papel Prensa. El centro clandestino Puesto Vasco, comandado por el temible Ramón Camps, fue el lugar de la tortura y la muerte después del robo. En su defensa, Clarín puede decir que el 15 de abril de 1977 transcribió un cable de la agencia Télam, que reproducía el comunicado del Comando en Jefe del Ejército en el que “había una lista de 15 detenidos, entre quienes figuraban Lidia Papaleo y numerosos integrantes de la familia Graiver”.
Héctor Magnetto, número dos de Clarín, y Bartolomé Mitre, director y accionista de La Nación, habían estado con Lidia Papaleo todas las veces que fue necesario para que ella firmara una venta de una empresa millonaria a cambio de un adelanto de siete mil dólares. Si esta historia necesitaba un relator implacable y certero, lo tuvo. Es el trabajo a cuatro manos de Cecchini y Mancinelli que devela con precisión cada una de las maniobras para consumar el despojo. Este libro sale desde el corazón de Miradas al Sur, una publicación que apenas cumplió dos años y que no dejó de indagar y publicar ni una sola línea respecto de cómo es la trastienda de los medios de comunicación. Para nuestro medio es un orgullo poder brindar este libro y también un compromiso de no callar ninguna historia que los poderosos quieran callar, o edulcorar, o falsear. Cuando formamos la redacción, por enero de 2008, recalamos varios militantes de los años setenta. Algunos que salvaron su vida milagrosamente y encontraron refugio en el exterior como Walter Goobar, o que pudieron salir siendo muy jóvenes, como Ricardo Ragendorfer, o quienes pasamos demasiados años en la cárcel como Alberto Elizalde y quien escribe estas líneas.