(Revista Salud Vital) – Susana llega a su casa y siente una profunda tristeza. Sí, una vez más discutió con su hija de 30 años y sacaron a relucir las mismas rivalidades y los roces de siempre. Lo peor es que este tipo de escenas se repite cada vez más seguido y jamás llegan a un acuerdo. A medida que pasa el tiempo, los planteos de uno y otro lado se hacen más duros.
“El vínculo entre madres e hijas es bastante complejo. Las dualidades de amor-odio, aceptación-rechazo, alejamiento-acercamiento pegan fuerte en la mayoría de las mujeres. Esta ambivalencia afectiva está presente con distinta intensidad a lo largo del tiempo”, explica la Licenciada Adriana Serebrenik, especialista en orientación familiar.
Es que para las madres pareciera imposible resistirse a la tentación de mirar a sus hijas como espejos de su propia vida. Ellas muestran las aspiraciones que tuvieron y no pudieron concretar, los proyectos inconclusos, los sueños mejor guardados, los éxitos y los fracasos de cada una.
Toda una vida
A lo largo de la vida, se van sucediendo momentos de todo tipo. Aunque, todos de mucha intensidad:
* Recién nacida. Durante el primer año de vida la hija depende incondicionalmente de su madre y necesita recibir toda su ternura. La mamá es su sostén y su guía en todo sentido.
* Durante la infancia. Ya durante los primeros años de vida, madre e hija se van pareciendo cada vez más. La chiquita copia todos los gestos y los tics de su mamá. Las dos disfrutan los ratos compartidos y son cada día más compañeras.
* En la adolescencia. Se sabe que a partir de los 12 años comienza una etapa de gran rebelión. El deseo de imponer la propia voluntad y de “despegarse” de los modelos establecidos prevalecen ante todo. “Para colmo, justo en esta etapa la madre comienza a notar el paso del tiempo y advierte que ya no se tiene la misma frescura de antaño. Esto le produce una gran crisis”, explica Serebrenik
.
* Durante la juventud y la adultez. Las cuentas pendientes se van “arrastrando” a través de los años. Los roces y los conflictos no resueltos pueden llegar a ser mucho más evidentes. El éxito profesional, su voluntad para deshacer una pareja que no funciona o para mantener una vida independiente y elegir un compañero para cada etapa de la vida pueden llegar a ser vistos con cierto recelo por las madres.
* De hija a mamá. La maternidad también produce una especie de “revolución” entre las madres e hijas. Para muchas, es un momento de acercamiento y de reencuentro. “Si bien los encontronazos y las diferencias pueden continuar, las dos toman su relación bajo un nuevo parámetro”, distingue Serebrenik.
Amores que matan
Entre madres e hijas, la dualidad y los mensajes contradictorios suelen acaparar gran parte de la atención. La rivalidad, los celos y la envidia se entremezclan con la admiración, el respeto, el amor y el cariño incondicional.
Estas son algunas de las formas elegidas entre unas y otras para manifestar la rivalidad y la bronca:
* Comentarios punzantes. Entre ellas, casi no hay secretos y, aunque les cueste reconocerlo, tienen en muchos aspectos una misma manera de ver las cosas y de enfrentar la vida.
* Indiferencia. Los roces no resueltos y las desinteligencias entre una y otra pueden llevar en los casos más extremos al alejamiento entre ambas.
* Reproches. Entre una y otra, no suelen faltar las recriminaciones. Lo que parece ser una ayuda desinteresada y sin compromiso, se transforma en algo difícil de tolerar, y “pasar factura” se vuelve algo inevitable.
Hacer las paces
Casi con seguridad, ni madres ni hijas salen “intactas” de este tipo de conflictos. Aquí, algunos consejos para que ambas cambien su postura y comiencen una nueva relación:
* Ver qué les pasa. Quizás el conflicto se remonte a la época de la adolescencia de la hija. Y, pasados los años ya ninguna de las dos tiene muy en claro qué era lo que le “molestaba” de la otra.
* Tener bien en claro los propios proyectos. Uno de los motivos más frecuentes de los roces y del enojo por parte de las hijas es que las madres inconscientemente le inculcan la difícil misión de cumplir con aquellos objetivos que ellas mismas no pudieron concretar.
* Pedir una ayuda. La terapia puede ser una salida viable para sacar a relucir qué es lo que le pasa a cada una y olvidarse de culpas y rencores.