El sobre denominado, después de haber comido de buen apetito, nos habló en estos términos: “Señores,” tengo la costumbre, por todas partes donde me encuentro de hacer propaganda. ¿Saben lo que es la Anarquía? “. A esta previa petición, respondimos que no… Eso no me asombra, respondió. La clase obrera, se ve obligada a trabajar para obtenerse pan, no tiene el tiempo de dedicarse a la lectura de los folletos que se ponen a su alcance; lo mismo ocurre con ustedes.
La Anarquía, es la destrucción de la propiedad. Existen muchas cosas actualmente inútiles, muchos empleos que lo son también, por ejemplo, la contabilidad. Con la Anarquía, más necesidad de dinero, más necesidad de comportamiento y otros empleos derivados. Hay actualmente un excesivo número de ciudadanos que sufren mientras que otros nadan en la opulencia, en la abundancia. Este estado de cosas no puede durar; todos debemos no solamente aprovecharnos de lo superfluo del rico, además es necesario obtener como ellos lo necesario. Con la sociedad es imposible llegar a este objetivo. Nada, ni el impuesto sobre las rentas, ni las elecciones pueden cambiar la cara de las cosas y sin embargo la mayoría de los obreros se convencen que si se actúan así, tendrían una mejora.
Error, si se impone impuestos al propietario, aumentará sus alquileres y por este hecho no se habrá solucionado nada, y se hará que los obreros sufran la nueva carga que se le impondrá. Ninguna ley, por otro lado, puede alcanzar a los propietarios, ya que siendo amos de sus bienes no se les puede impedir disponer a su voluntad. ¿Qué es necesario hacer entonces? Destruir la propiedad y por este hecho destruir los acaparadores. Si esta abolición tiene lugar, será necesario también suprimir el dinero para impedir toda idea de acumulación que forzaría a la vuelta del régimen actual.
Es el dinero en efecto el motivo de todas las discordias, de todos los odios, de todas las ambiciones, es en una palabra el creador de la propiedad. Este metal, en verdad, solo tiene un precio convencional nacido de su escasez. Si no nos viéramos obligados a dar algo a cambio, para saciar nuestra necesidad y asegurar nuestra existencia, el oro perdería su valor y nadie buscaría y podría enriquecerse puesto que nada de lo que acumularía podría servir para obtenerle un bienestar superior al de los otros. De allí, más necesidad de leyes, más necesidad de amos.
En cuanto a las religiones, se les destruiría puesto que su influencia moral no tendría ya lugar de existir. No habría ya esta absurda idea de creer en un dios que no existe ya que después de la muerte, todo bien se termina. Por eso se debe desear vivir, pero cuando digo vivir, me entiendo. No es trabajar todo el día para cebar a sus dueños y pasar a ser, estallados de hambre, gracias a los autores de nuestro “bienestar”.
No es necesario amos, esta gente que mantiene su ociosidad con nuestro trabajo, es necesario que todo el mundo se vuelva útil a la sociedad, es decir, trabajar según sus capacidades y sus aptitudes; así un tal sería panadero, el otro profesor, etc. Con este principio, el trabajo disminuiría, solo tendríamos cada uno una hora o dos de trabajo al día. El hombre, no pudiendo permanecer sin empleo, encontraría una distracción en el trabajo; no habría perezosos y si existieran, su número sería tan minúsculo que se podría dejarlos tranquilos y dejarles aprovecharse sin murmurar el trabajo de los otros.
No teniendo más de leyes, se destruiría el matrimonio. Se unirían por inclinación, por afinidad, y la familia se encontraría constituida por el amor del padre y la madre para sus niños. Si por ejemplo, a una mujer no le gustaba ya aquél que había elegido para camarada, podría separarse y hacer a una nueva asociación. En una palabra, libertad completa de vivir con quién te guste. Si, en el caso que acabo de citar, habría niños, la sociedad los cuidarían, es decir los niños serían queridos, se los financiaría. Con esta unión libre, no habría prostitución. Las enfermedades secretas no existirían ya, puesto que éstas no nacen más que del abuso de la aproximación de los sexos, de abuso al cual se ve obligado a suministrarse la mujer que las condiciones actuales de la sociedad fuerzan a hacer un oficio para proporcionar su existencia. ¡No sería necesario para vivir, dinero a toda costa!
Con mis principios que no puedo aquí, por poco el poco tiempo de ustedes enumerar con profundidad, el ejército no tendría ya razón de ser puesto que no habría más naciones distintas, las propiedades destruidas y todas las naciones que se fusionan en una sola que sería el universo.
Más guerras, más peleas, más celos, más robo, más asesinato, más magistratura, más policía, más administración. Los anarquistas aún no entraron en el detalle de su constitución, sólo se lanzan los jalones. Hoy los anarquistas son bastante numerosos para invertir el estado actual de las cosas, y si eso no tiene lugar es que es necesario completar la educación de los adeptos, hacer nacer en ellos la energía y la firme voluntad de ayudar a la realización de sus proyectos. Solo es necesario para eso un empuje, que algún uno ofrezca su cabeza y la revolución se logrará. El que hace saltar las casas tiene por objeto exterminar todos lo que por sus situaciones sociales o sus actos es nocivo a la Anarquía. Si estaba permitido atacar a esta gente allí sin temor de la policía y por lo tanto para su piel, no se iría a destruir sus viviendas con ayuda de unidades explosivas, medios que pueden matar al mismo tiempo que ellos, y la clase enferma que os tiene a su servicio.
RAVACHOL: MIS PRINCIPIOS
Nota: las declaraciones y las memorias que Ravachol dictó a sus guardias fueron exhumadas por Jean Maitron de los archivos de la prefectura de policía y las publicó en su “Ravachol y los Anarquistas” (París, 1964). La trascripción otorgada en estas páginas es en todo fiel a la del autor, excepto algunas correcciones ortográficas, por lo demás es idéntico a los documentos conservados a los archivos de la prefectura.
Desde kasandrxs, agradecemos al compañero Fernando Sergio Rodriguez por la generosidad conque comparte los textos que publica en Fernando Sergio Rodriguez