La policía anda suelta. No tiene jefe ni nadie que le ordene detener la agenda programada de muerte. Su otro jefe tampoco tiene preocupaciones algunas por lo que haga el que manda en el cuartel.
Total, matar a un ser humano cuesta lo que cuesta la bala que le confiere la muerte. Es decir, matar a una persona cuesta menos que redactar la nota de prensa que justifica su muerte.
Eso ha pasado con cientos de ciudadanos. Usted puede ser la próxima posada de una bala. Estadísticamente hablando, yo tengo la misma posibilidad de morir asesinado por un policía que por un accidente de tránsito, a menos, claro está, que el accidente no haya sido previamente programado.
¿Qué oscuros conflictos enturbian la mente de un policía para disparar, así no más, contra un ser humano?
¿Ensaya el relacionador público de la policía la explicación que dará sobre los próximos asesinatos que se cometerán mientras se cumple con el sagrado deber de matar?
¿O es que acaso pertenecen los matones de la policía a una especie no humana, un híbrido entre Hannibal Lecter y Jack el destripador?
Como van las cosas, presiento que un día escucharemos al relacionador público anunciar que un policía hizo un disparo, y que un ciudadano desaprensivo se interpuso en el trayecto de la bala, provocando ese “pequeño incidente”.