La publicación de “La democracia y el triunfo del Estado. Esbozo de una revolución democrática, axiológica y civilizadora” (614 páginas, 20 euros), en el que he trabajado bastantes años, tiene lugar en una enrevesada coyuntura, cuando las expresiones anti-sistema continuistas con el pasado conocen un grave y persistente reflujo, que amenaza su continuidad a medio plazo, y cuando las elites gobernantes creen haber conseguido instaurar un régimen de dictadura perfecta, eterna y universal.
Eso significa el triunfo del Estado, la constitución en Occidente, después de más de 200 años de brega, de una forma al parecer imbatible de poder de las minorías organizadas como ente estatal, hasta el punto de que hoy, la mayor parte de la falsa radicalidad izquierdista no es capaz de preconizar otro remedio a los males políticos, medioambientales y sociales que un intervencionismo creciente de dicho ente, del hoy existente, ni siquiera de otro emergido de una futura gran conmoción.
El triunfo del Estado es, por tanto, el problema número uno de nuestro tiempo. Eso explica el título del libro, que implanta una relación de antagonismo entre Estado y democracia, de tal modo que la apoteosis del primero equivale a la liquidación de la segunda.
El encabezamiento del cp. I es ilustrativo, “La formación histórica del régimen contemporáneo de dictadura omnímoda”. El punto de partida es el examen del proyecto de la Ilustración, aún en el siglo XVIII, que luego se manifestó como el programa de la revolución liberal, dirigido a constituir un Estado tan hiper-poderoso que los integrantes de las clases populares fueran reducidos a la condición de sometidos perfectos, como hoy es dado observar.
En él se desmonta el embustero mito de que dicho proceso histórico fue la realización de la libertad para todos. Presta particular atención al análisis ateórico de la función totalitaria que desempeñó la Constitución de 1812, así como de las que vinieron después, incluida la republicana de 1931, para culminar con el examen escéptico de la actualmente en vigor, la de 1978, texto político-jurídico que nulifica la democracia.
En ese marco, examina la axial categoría de libertad, en sus tres manifestaciones principales, de conciencia, política y civil, señalando que ambas son negadas al pueblo de la manera más efectiva bajo el régimen de dictadura constitucional, parlamentaria y partitocrática en curso.
Esa reflexión acerca de la libertad se unifica con el análisis de la noción de verdad, en tanto que categoría poliédrica, en el cp. II del texto, que se centra en la investigación de la así llamada sociedad del conocimiento, forma extrema de adoctrinamiento de las masas, por tanto, de trituración de la libertad de conciencia, la más importante de todas las expresiones de la libertad, sin cuya existencia no puede hablarse de libertad política ni de libertad civil.
La sociedad del adoctrinamiento incluye el aparato académico, en especial el universitario, asentado en el catedrático y profesor funcionarios del Estado, por eso desentendidos de las categorías fundamentales de verdad, conocimiento imparcial y libertad de conciencia. En consecuencia, define a la casta intelectual como “el enemigo principal inmediato” de la vida soberana y auto-gobernada, dado que es, junto con el aparato mediático estatal-privado, la industria del ocio y la estetocracia subsidiada, la causante del actual colapso de la libertad espiritual. De ahí proviene la aniquilación de la esencia concreta humana, pues sin libertad para ser y constituirse autodeterminadamente, la persona se hace mera hechura de otros, en concreto del ente estatal, es decir, un ser-nada.
Eso pone fin a las ilusiones progresistas de “liberación” por la cultura aleccionante, el saber parcial, la escolarización inculcadora y “la democratización de la universidad”, pues el libro arguye que todo eso instaura un abigarrado aparato para no sólo privar de libertad interior al individuo sino para aniquilarle en tanto que tal, como ser humano, conforme a los intereses más fundamentales del poder estatal.
El cp. III indaga en la historia de la filosofía occidental las raíces del totalitarismo preconizado por la casta ideocrática, examinando los modos concretos de negación por ésta de las dos categorías sustantivas, la de libertad y la de verdad. Examina sobre todo textos de Platón, Spinoza, Hegel, la filosofía de la praxis (materialismo dialéctico), Heidegger, Nietzsche y la escuela de Francfort, sin olvidar a pedantócratas más recientes, como Foucault. La conclusión es que, al desear por encima de todo mandar, se hacen no sólo enemigos de la libertad sino también, y sobre todo, de la verdad, pues ésta no es realizable desde una epistemología que es, pura y simplemente, expresión vehemente de la voluntad de poder.
El cp. IV se concentra en escrutar la noción de revolución. Comienza poniendo en evidencia a la revolución francesa, que lejos de ser un acontecimiento emancipador fue una muy hábil operación de recrecimiento del Estado. Lo mismo la revolución bolchevique, que imita a aquella en todo, si bien afirmando extraer su legitimidad del ascenso de la clase proletaria. El capítulo culmina, como no podía ser por menos, con una propuesta de reformulación de la noción de revolución, considerándola más allá del politicismo habitual, como precondición de una sociedad al mismo tiempo libre de manera múltiple; abierta a la verdad, esto es, liberada de los aparatos para la inculcación y el adoctrinamiento y cimentada en valores. En suma, civilizada.
El cp. V, “Del Estado y de la estatolatría”, estudia aquél y ésta en un momento en que conocen una situación de apoteosis. Investiga las diversas secciones del aparato estatal, desde el ejército a los altos cuerpos de funcionarios, sin olvidar a la policía y al poder judicial, advirtiendo que son ellos los que gobiernan, no el pueblo y ni siquiera los partidos políticos ni el parlamento, ambos patéticos apéndices de aquel aparato, del que dependen por completo y al que sirven en todo.
El cp. VI refuta la creencia en una historia determinista y providencialista, para reivindicar la función esencial que la libertad tiene en su decurso. En oposición al fatalismo de corte economicista y tecnolátrico desvela su desenvolvimiento conforme a criterios decisionistas, esto es, por las opciones complejas que diversos grupos humanos toman, o pueden tomar. Por tanto, la revolución aparece como una volición, como un decidirse y escoger, no ya como algo inequívoco, seguro e ineluctable.
En “Compendio y epílogo” ensaya una síntesis final, con consideraciones sobre la compleja cuestión de las metas y la estrategia, con una reflexión anexa sobre el esfuerzo concebido como medio y como fin al mismo tiempo, pero sobre todo como fin. Dado que son los seres humanos reales quienes, si así lo deciden, pueden crear un orden político y social nuevo, libre y auto-gobernado, tras la desarticulación revolucionaria del existente, culmina dicha apartado, y por tanto el libro, con una reflexión sobre la categoría de virtud, tomada del pensamiento clásico, griego y romano, asunto determinante y por ello mismo hoy olvidado y proscrito.
En su conjunto, el libro proporciona solamente primeras reflexiones de unos cuantas cuestiones fundacionales. No es y no puede ser una obra terminada, porque el momento histórico, tan cargado de incertidumbres, confusión fundamentada, experiencias del pasado aún mal comprendidas y proposiciones sobre el futuro todavía bastante inmaduras, no permite otra cosa. Por tanto, es nada más que un inicio y un punto de partida. Solicito, pues, al lector y lectora que se adentre en él con ese criterio, y que en su lectura extraiga el mensaje implícito más importante de los que sus páginas contienen, que la investigación, la reflexión, el compromiso desinteresado y la acción han de continuar avanzando, más allá del tejido de aciertos y errores que, de manera inevitable, se manifiesta en el libro.
O renovarse o morir, advierte el dicho. Algunos han elegido morir aferrados a formulaciones anticuadas. El texto aquí comentado apuesta por la renovación.
Compartimos el video de la presentación del libro