1. Griselda Fanese nació en Buenos Aires hace medio siglo, creció en Allen durante un par de décadas y, ya habiendo crecido, vive en Neuquén por el momento.
2. En poesía, ha publicado Las viejas acostumbraban encerrar el dulce de membrillo (editorial Limón, Neuquén, 2003). Sus poemarios De lo humano (1988) y Sombrero, abrigo, guantes (1992) fueron premiados y publicados por la Fundación del Banco Provincia de Neuquén. Otro poemario, Habla la Liebre de Marzo, formó parte de la antología Poesía neuquina de los ’90 (Narvaja Editor, Córdoba, 1997). Una selección de poemas suyos apareció en la antología InSURgentes (editorial Limón, Neuquén, 2005).
3. Tiene cuatro libros terminados que permanecen tranquilamente inéditos: tres de poesía y uno de croniquitas.
4. Es profesora regular en el área de Lingüística en la Universidad Nacional del Comahue. Ha publicado trabajos sobre agrupaciones de artistas, políticas culturales y prensa en la Norpatagonia.
5. Su frase favorita es: “Alcanzar la fama como poeta no es imposible. Lo inaccesible es la guita”, de Roberto Arlt.
6. Si le hubiera tocado ser animal, le habría gustado ser suricata.
7. Le gusta leer a Hilda Doolittle, Ezra Pound, Sharon Olds, Macky Corbalan, Juana Bignozzi, Valeria Flores, Ian McEwan.
UMBRALES. Croniquitas
Umbrales I
Buenos Aires
Harta de vivir en los umbrales, Francisca Hischi, boliviana, reúne en una calle de Buenos Aires sus mantas, las organiza, llama a una puerta donde un cartel dice: “Se necesita mucama cama adentro”. Incorporada sin mucho trámite, queda sola en una gran sala. La patrona corre a maquillar gente en un canal de TV: es su trabajo. La niñita de la casa mira a Francisca Hischi y decreta: “A mi pieza no entrás”. Piensa: “Es fea”. Y piensa Francisca: “Qué feo”. Días después, peinan juntas las barbies y Francisca se copia un vestido de baile. La patronita aprende cosas y ya nunca vuelve a hablar como antes.
Barcelona
Carolina Reghetti se sienta cansada en un portal. Con la mochila y todas sus pertenencias a la espalda, buscó vivienda mucho tiempo, pero todo está tan caro que empieza a mirar con ansias los umbrales. A la noche, al cerrar los comercios, se desocupan. Tendrá que pelearse con otros postulantes, piensa, pero se tiene confianza.
Despliega minucioso tapete sobre la acera, entre pies y piernas de paseantes de sábado vespertino. Espera. Con ojos brillantes busca en el mar de rostros alguien que sepa ver las lunas de plata muy pulida, las piedras duras argentinas que saltaron con ella el océano. Carolina espera porque cree imposible que lo que nació con ella y producen sus manos se pueda aprender en academias de diseño de ningún lugar del mundo entero.
Días después, todavía sin dinero para un cuarto, otro latinoamericano le propone Tokio y la platera va, con las piedras en la mochila y su brillo.
Umbrales II
Salvador
Sudada, casi en el umbral de la casa de Caetano Veloso, Amalia Sunchales aguarda a que la belleza se le manifieste mientras piensa qué historia o etimología crearía el verbo ‘aguaitar’.
Viajó días. El aire está caro: llegó por tierra. Tiene colecciones de letras y música y una guitarra. En la playa canta por el efímero brillo de la moneda que pasa de mano en mano. La acera de la casa de Caetano arde bajo el sol. Ojalá que él tenga aire acondicionado, piensa Amalia. Es difícil componer sudando.
Estira las puntas de la amplia falda que le sirve también de alfombra y se dispone a una intensa espera que acaba pronto. Un guardia jurado del barrio o vecindad la ve. No la detiene ni la lleva a la comisaría, como mandaría la costumbre, ni la acusa de merodeo con dudosos fines. La convida a jugo de abacaxi, piña o ananá. Se enamora de ella. La lleva a la casa de sus mayores. Se casa con ella, la nutre de amor, le da un hijo. Amalia vive en un sueño en la ciudad de los milagros de Caetano. Buscando ponerle equilibrio a la felicidad, cocina a puertas abiertas para los hambrientos que andan de aquí para allá sin rumbo preciso.
Santiago
Ana Cecilia tiene pechos. Le costaron varios sueldos de su madre y el silencio de su padre, que ya no la saluda. Todavía tiene pene, pero se sienta en el umbral de la casa sin pintar con techo de chapa, toma gaseosa y se pierde en ensoñaciones de un mundo feliz, justo, merecido. En ese mundo, todxs nacen como sus muñecas y eligen detalles pubianos a conciencia ya adultxs, como quien elige confesión o profesión. Cruzado el umbral de la adultez, aparecen en las vidas la a o la o.
Ana Cecilia trata de decidir si se inscribirá en Genética o en Letras. Mientras tanto, entretiene turistas en un bar vestida de reina discreta. Aborrece los lugares comunes. Sueña hacerse famosa, ganar el Nobel con sus Crónicas de Ano Cecilio, y que se enamora de ella un Al Pacino de cieguito tanguero, el de Perfume de mujer.
Umbrales III
Neuquén
Abren una calle de Neuquén, en la Norpatagonia argentina, para arreglar el caño maestro que lleva agua a los barrios de Alta Barda. Antes que lo buscado, aparece la enorme rótula de un tiranosaurio. Un pasado glorioso, cuando extrañas bestias desplazaban sin límites la inmensidad de su dominio, atraviesa el umbral de la tierra y deja sin respiración a Camila Cifuentes, que empieza a trabajar hoy con la excavadora. La primera mujer en subirse a una de estas máquinas aquí, en este sur del mundo, siente reverencia ante el hueso dormido desde hace tanto tiempo.
Quito
Con ojos de mara deslumbrada Sebastiana cruza el espacio que la separa de su amiga y en silencio le avisa que viene saliendo, le pide que la espere, se sueña con ella. Del que tanto quiso se despide como si despidiera un cuerpo propio. El consuetudinario amor se deshace en melismas en el umbral, donde Sebastiana quiere vivir para no tener que cerrar ninguna puerta nunca.
Neuquén, 2009.
Para contactar a Griselda Fanese: griselda.fanese@gmail.com
Gracias Griselda por acompañarnos en este sueño!!!