Me cuesta creer que hemos llegado al mundo para ser delgadas, dispara esta escritora, poeta, contadora de cuentos y analista junguiana, cuyo ‘best-seller’ «Mujeres que corren con los lobos» deslumbra y conmueve a miles de personas en todo el mundo.
Soy muy petisa y tengo un cuerpo gordo. Y si me siento bien en mi cuerpo, seguramente se lo debo a dos circunstancias de mi vida en las que tuvieron que ver mujeres de mi familia.
Nací de padres mexicanos y fui adoptada de niña aunque ya grandecita por una familia de inmigrantes húngaros que habían aceptado totalmente las normas de su nueva cultura norteamericana. No querían que se supiera que no hablaban bien inglés, y que no lo sabían leer ni escribir.
También creían en el mandato cultural contra el cuerpo natural de la mujer, así que mi madre adoptiva y sus hermanas se mataban de hambre: trataban de ser delgadas y usaban faja y tacos altos para ir a la iglesia. Todos esos instrumentos de tortura…
Las tías de Hungría
Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando yo tenía ocho o nueve años, mi padre adoptivo emprendió una búsqueda en Europa para encontrar algún familiar que hubiera sobrevivido a la guerra. Y encontró a cuatro de sus hermanas, que habían perdido a sus esposos y a todos sus hijos. Se las arregló para traerlas a los Estados Unidos y aquí las vi por primera vez, cuando bajaron del tren en Chicago: eran enormes mujeres. Realmente grandes. La ropa les colgaba del cuerpo, lo que quería decir que antes de pasar hambre habían sido más gordas aún. Altas y anchas, tenían el pelo por los tobillos, tejido en trenzas y arrollado alrededor de la cabeza.
Estas mujeres me trataban como si fuera un ángel, porque era la única criatura viva de la familia. No se cansaban de abrazarme y así las recuerdo: alzándome, sosteniéndome y estrechándome contra su cuerpo. Yo ya era mayorcita, pero me llevaban en brazos como si fuera un bebé. Las adoraba, ¡eran tan maravillosas!
A medida que se recuperaban de la guerra, se iban tornando más grandes, hasta que volvieron a su tamaño natural, que era enorme. Yo me sentía emocionada ante ellas. Rastrillaban, cavaban y revolvían la tierra, sembraban, regaban y cosechaban. Hilaban y tejían y hacían encaje y crochet. Ellas me enseñaron lo que es la expresión “muslos de trueno”: una mujer que hace estruendo cuando camina; se la puede oír cuando llega porque sus muslos se rozan entre sí.
Recuerdo estar sentada a su lado a la noche, mientras me contaban cuentos, rodeándome con sus brazos… ¡Qué grandes y agradables eran las tías, cómo me ayudaban y qué segura me sentía a su lado!
Grandes mujeres tehuanas
Luego hubo otro acontecimiento que influyó en mi aceptación del tamaño; ocurrió cuando tenía poco más de treinta años.
Volví al istmo de Tehuantepec, en México, para conocer a algunos miembros de mi familia ancestral. Y allí encontré a otras mujeres de gran tamaño, que me veían demasiado delgada y estaban consternadas ante lo que significa una “dieta”. Trataron de comprenderla dentro de un contexto religioso, como una purificación o algo para fortalecerse espiritualmente.
Yo les expliqué que no era así, que las mujeres hacen dieta para atraer a los hombres. Y estas tehuanas su sociedad es un matriarcado pusieron sus brazos en jarra y exclamaron: “¡¿Qué?! ¿Eso es lo que les hacen a las mujeres en el Norte?” No sólo estaban desconcertadas, sino furiosas.
Ahí fue cuando mi cuerpo volvió a nacer, por la bendición que recibí de ellas. Vivían como yo lo hago ahora: viendo al cuerpo como un vehículo: algunas personas tienen un cuerpo naturalmente pequeño, y ése es su vehículo. Pero algunas mujeres y algunos hombres tienen cuerpos naturalmente grandes, y ése también es su vehículo.
Después de aquella primera visita a México, dejé de hacer dieta. Para siempre. Sentí que mi cuerpo estaba hecho para ser grande, y también vi que yo provenía de una antigua línea de mujeres que sentían orgullo por ser como eran. Mujeres de enorme poder. Mujeres de cuerpo grande.
Una tarea ridícula
Yo creo que está bien si una persona quiere controlar su peso…, siempre que no se enferme por eso. Y también creo que necesitamos decir algo para que una mujer no pase una gran parte de su vida preparando, comprando y comiendo alimentos que la hagan tener un peso menor al que su cuerpo desearía tener. Esto último ya tiene que ver con el robo de la vida creativa de las mujeres; me refiero a ponerlas a hacer una tarea absurda, lo cual ocurre muchísimo en los cuentos de hadas y en la mitología. Demuestra la separación de la persona de la vida de su alma. Se le da a una persona una tarea absurda y finalmente, en medio de su vida, esa persona se da cuenta y dice: “¡Mi dios, qué tarea ridícula!”
Me cuesta creer que hayamos sido puestas sobre la faz de la Tierra para ser delgadas. Incluso la mayoría de los seres humanos está aquí con una misión diferente de tener un trabajo o una carrera. Creo que estamos aquí para descubrir y crear, para ayudar y para sanar. La idea del tamaño del cuerpo es una desviación y una distracción del verdadero trabajo. El proceso de ‘estar aquí’ es el más importante, y necesitamos honrarlo con respeto y con amor.
Artículo publicado en la Revista Uno Mismo No. 207
Buenos Aires, Argentina
Correo-e: redaccion@unomismo.com.ar
Extraído de una entrevista de Isabella Wylde.
Traducción: Néstor Latrónico