¿Cómo llegamos a tanto?

Por: Karina Vergara Sánchez

Contacto: pakave@hotmail.com

A ella se la llevaron, no la encuentran, está desaparecida.

El horror es tal que parece que cayéramos en un precipicio profundo, como en las pesadillas. Sólo que, en este caso, el tiempo que transcurre antes de despertar es eterno y duele.

Si la devuelven, escapa o la encuentran y está viva, damos gracias a su dios porque está viva.

Es el alivio posible, está viva y sonreímos.

El terror pasado por ella y por su gente, si la hirieron, mutilaron o violaron, queda opacado en el saber colectivo por el hecho de que está viva.

Hasta parece una generosidad de los malditos el haber omitido el asesinarla.

Está viva, nos repetimos.

Si no aparece pronto, nuestro deseo más generoso es que la madre encuentre el cuerpo.

Ojalá lo encuentre para que pueda llorarlo, enterrarla, saber dónde quedó. Que no pase como con las otras treinta mil historias que en este país no tienen puerto a donde llegar.

Si encuentran el cuerpo, un cierto alivio cruel se apodera de nuestros pechos.

Al menos tenemos el cuerpo, para poder tener derecho a lamentarnos, cuando menos.

No acaba con la injusticia, con el coraje, no acaba; pero, al menos, tenemos el cuerpo para poder cerrar la historia.

Si la asesinaron, esperamos que no la haya torturado, si la torturaron que la tortura no durara mucho, que no sean semanas o meses, como sabemos que sucedió con “otras”.

Por piedad informaremos a la madre que: “No sufrió mucho”.

Mientras tanto, otra vez: si no aparece, que esté viva, como sea que esté, pero que esté viva o que no esté con vida por clemencia, si el sufrimiento es “demasiado”.

Si la violó, al menos no la mató o desapareció.

Si la mutiló, demos gracias de que apareció.

Si la tocó, insultó, lastimó, cuando menos no la violó… y respiramos con alivio.

Así, en un círculo infernal que no deja de girar y amenazar con tragarnos en los alivios de nuestra propia impotencia que se refugia en el “cuando menos”.

Lo que este maldito sistema ha hecho con nosotras es alterarnos los umbrales del horror, el de la indignación y el del horror.

El umbral es un lugar en una escala ficticia de hasta donde soportamos la ignominia. Cada vez soportamos más, cada vez llega más lejos.

De suceso en suceso, las pesadillas más terribles son concebibles, cotidianas y dejan de erizarnos la piel y de movernos rabiosas fuera de círculos concéntricos.

Es verdad lo que narra la fábula: somos como pequeñas ranas sumergidas en una olla de agua que va a hervir y no lo notamos, nos mantenemos a flote y no escapamos, hasta que el punto de ebullición haga reventar las vísceras de todas nosotras.

Entonces, entre burbujas de agua hirviente y sangre, nos encontraremos con la mirada de alguna otra que agoniza a nuestro lado y nos preguntaremos:

¿Cómo llegamos a tanto?

… Es que hace mucho, ya es demasiado.

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