El patriarcado es el miedo. El que te da volver sola a casa de noche. El que te da cruzarte con un desconocido por la calle, a oscuras. El miedo que te da decir que no o que sí a las cosas que te propone tu amante. El miedo a que llegue el día de tu violación, ese que tenemos casi tan asumido como el de nuestra muerte.
El patriarcado es la ignorancia. Ignorar que si una mujer aparece muerta al lado de su marido, con signos de violencia, no hacen falta forenses que dictaminen “violencia de género”, porque nosotras ya lo sabemos. Ignorar que el asesinato sistemático de mujeres no es algo que les pasa a las que eligieron mal, sino a las que eligieron no seguir obedeciendo. Ignorar que detrás de todos los hombres capaces de torturar y de asesinar mujeres, hay un montón de hombres y de mujeres que se ríen con los chistes sexistas, frivolizan con la violencia machista o consideran que las mujeres estamos “donde tenemos que estar”.
El patriarcado es el malestar. Ese que no sabes describir, pero que sientes cuando algunas miradas te desnudan, cuando algunas frases te desautorizan, cuando te ves haciendo cosas que no te gustan, pero que consideras tu obligación; cuando tu círculo juzga y sentencia tus decisiones vitales, cuando te toca cuidar a todo el mundo, cuanto te tratan como a una niña, o como a un adorno.
El patriarcado te ha tocado cada una de las veces que has tenido la sensación de que el mundo no está hecho para ti. Cuando las canciones, el trabajo, las reuniones, las películas, los espacios de poder, los bares, los talleres mecánicos, los bancos, los libros, los deportes, los hospitales, los medios de comunicación, te han hecho sentir como un ser irrelevante, invitada en este gran sistema hecho por y para los hombres.
Si eres tú, y somos todas, y todos, ¿cuándo empezamos a desmantelarlo?