Misoginia farmacéutica o cómo cuestionar el deseo.

La viagra (la azul de toda la vida) se utiliza para acabar con la disfunción eréctil, actuando sobre el bombeo de sangre al pene. No para aumentar el deseo sexual de los hombres, por supuesto. ¿Se le podría ocurrir a alguien cuestionar el deseo sexual masculino? Quizás en una realidad paralela. En ésta sólo se cuestiona el deseo de las mujeres. Y entonces llega el enésimo grupo de señores misóginos al mando de una gran empresa farmacéutica y decide crear una pastillita que te puede causar desde hipotensión hasta pérdida de conciencia, pero te asegura que tu libido va a estar por las nubes pase lo que pase.

En realidad no me sorprende lo más mínimo. Los señores científicos, esos que descubrieron el clítoris hace menos de cien años, los que tienen el cuerpo femenino menos estudiado de lo que lo tenemos nosotras mismas, los mismos que asumen sin cuestionamiento alguno que las mujeres estamos hechas para sufrir el dolor de ovarios y que lo único que se puede hacer es recetar ibuprofeno; prefieren ponerse a patologizar el deseo que preguntarse cómo deseamos las mujeres. Es más fácil recetarnos la pastilla rosa (por favor, no pasemos por alto la patriarcal ironía de las pastillas rosas y azules) y obligarnos a desear dentro de su normalidad, que plantearse las causas psicosociales por las que un cuerpo que tiene un órgano con más de ocho mil terminaciones nerviosas puede llegar a tener la libido baja.

No es ninguna sorpresa que una ciencia que se ha diseñado por y para los hombres no tenga ninguna intención de estudiar qué les pasa a esas mujeres (especialmente las que llegan a la menopausia, según ellos), para sentir que han perdido el deseo sexual. Si esa falta de dopamina y norepinefrina en el cuerpo se debe a un mal que nos cae del cielo a las mujeres y que nos llega por ciencia infusa (al igual que el dolor menstrual); o si quizá tiene alguna causa relacionada con el estrés, la depresión, la rutina, la falta de motivaciones, o que la pareja sexual (probablemente masculina) esté más pendiente de satisfacerse a sí misma que a su pareja. No es ninguna sorpresa que ninguno de esos señores científicos se haya planteado que no es que a nosotras nos doliera la cabeza, sino que ellos no sabían follar.

Por eso tenemos que pensar las ciencias desde el feminismo. Porque queremos ser con nuestros cuerpos, porque nos queremos sujetos deseantes, porque queremos ser dueñas de nuestra sexualidad y nuestro deseo, queremos una ciencia que se ocupe también de nosotras, pero como sujetos autónomos de pleno derecho, como ciudadanas, y no como anexo del hombre. Tenemos el derecho y el deber de reclamar la ciencia también para las mujeres.

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