Compartimos el texto que escribió sobre la Mujer y el amor libre.
Por lo general se tiene una idea muy errónea sobre este punto del ideal libertario que no estará de más esclarecer. En la actualidad, el amor libre no puede o es muy difícil que desarrolle todas las condiciones en las cuales se desenvuelve la vida de la mujer. Exige, para llevar este acto a una feliz realización, que la emancipación económica de la mujer esté en las mismas condiciones que la del hombre y que ella no tenga, en general, que supeditarse a los caprichos de él.
Oímos decir con mucha frecuencia, cuando se trata de un capitalista que tiene muchas queridas, en tono humorista, que es partidario del amor libre. Nada tan absurdo como esta idea, pues ella encierra la prostitución y el adulterio, cosas ambas que en el amor libre no juegan ningún papel, puesto que no pueden existir, porque desde el momento que alguna de esas dos cosas ocurra, deja de ser amor libre. La unión de dos seres ha de ser instintiva; ha de responder a un sentimiento de cariño, de amistad, engendrado por el trato o la simpatía; es compenetración, yuxtaposición de dos seres que se unen espontáneamente sin más pactos y vínculos que los que la ley natural impone, y esa misma ley natural puede acarrear la separación cuando por parte de uno de los dos individuos se siente la necesidad de cambiar de vida.
Actuando de esta forma no cabe el engaño de uno por parte del otro; el engaño puede efectuarse únicamente en el matrimonio civil o canónico, que impone un yugo y la necesidad de aguantarse mutuamente esas faltas que han tratado de ocultar cuidadosamente mientras han sido novios; cosas que nunca se hacen de buena fe, dando lugar a divergencias intestinas que casi siempre terminan en el adulterio.
Cuando se ha llegado a este extremo, el hombre –dicen los moralistas al uso– puede permitirse el recurso de obtener una mujer por dinero, en otra casa cualquiera, sin que la dignidad de la mujer propia sufra más deterioros que los materiales; pero para ella es diferente, pues está sometida a la voluntad del hombre porque él la mantiene, y por tanto tiene omnímodo derecho a negarle el disfrute de la vida.
Pero como la fuerza de la naturaleza tiene más consistencia y es más potente que la autoridad convencional del marido, ella se rebela y por todos los medios trata de proporcionarse los goces que el matrimonio efectuado le niega. Éste es el primer paso hacia el adulterio que puede terminar, en la mujer carente de recursos, bienes pecuniarios o intelectuales, en la prostitución.
Como consecuencia, vemos frecuentemente en los diarios informativos columnas enteras dedicadas a la narración de hechos que titulan criminosos y que han dado en llamar pasionales y de honor, y que en mi concepto no son más que resultantes lógicas del ambiente pútrido e infecto de esta sociedad que concede derechos a unos en menoscabo de los otros. Pues si estos males están en el ánimo de todos, ¿por qué no poner remedio arrojando de sí todos los prejuicios y convencionalismos que a nada conducen sino a labrar la desgracia de la mayoría de los seres?
¿Somos amantes y defensores de la unión libre? Pues para que ésta se verifique sin trabas debemos poner a la mujer en condiciones económicas iguales a las que el hombre disfruta y el amor libre se impondrá por sí solo, puesto que es una tontería sin nombre que un individuo, hombre o mujer, se condene a vivir eternamente disgustado o en perpetua discordia con el compañero que le haya tocado en suerte.
La unión de dos seres sin más pactos ni vínculos que los del amor significa la inutilidad de las instituciones civiles y religiosas y es un gran paso hacia la Anarquía.