Guerra sobre el cuerpo de la mujer – La polémica del velo en España –

El atuendo que nació para desafiar el severo clima de los desiertos, pronto se llenó de matices, señalando el estatus social de los individuos y su pertenecía al grupo.
Mientras, se jerarquizó el cuerpo. La cabeza se identificó con el honor y el poder. Las “partes bajas” (los genitales), con los deseos, siempre destructivos, por lo que se decidió ocultarlas, e incluso regular aquello que en el inconsciente podría recordar “lo prohibido”: el vello que adorna la cabeza y las axilas. El maniqueísmo moral había nacido: a más exhibición de la melena, menos castidad. La cabellera de la mítica Lilith, la mujer insumisa y desnuda, y por ende, la ramera, era la seña de la sexualidad desinhibida. A las esclavas y las adúlteras, se les prohibía el velo y se les rapaba la cabeza, negándoles el pudor. El mundo de los inmaculados ya pertenecía a los vestidos.

Las religiones semitas el judaísmo, el cristianismo y el Islam, santificaron dichas creencias, y en su afán de controlar a sus fieles, redujeron su espacio de libertad de tal modo que regularon hasta el color de su ropa.
La prenda visibilizó los roles: ella, responsable de la sexualidad del hombre, con falda larga y el velo, destinada al hogar, para satisfacerle. Él, llevaría los pantalones, administrando el poder.

La Biblia (Cor.11) mandó que la mujer tenga una “señal de la autoridad del hombre” sobre su cabeza, y El Corán (24: 59), desvinculó el velo de la rectitud religiosa, para unirlo a la demanda sexual del varón, permitiendo a las “mujeres que han llegado a la menopausia”, a deponer sus velos, consolidando su estatus legal: siempre estará bajo la tutela del varón. A los ocho años, cubrirá su cabeza y será tratada, civil y penalmente, como una adulta. Hoy este modelo de mujer, súbdita de categoría inferior, es la imagen de la sociedad diseñada por la ultraderecha religiosa.

La prenda visibilizó los roles: ella, responsable de la incontinencia sexual del hombre, con falda larga y el velo. Se hacía cargo del hogar, procreando y complaciendo al esposo. Él, llevaría los pantalones, administrando el poder.
Así, la Biblia mandó que la mujer tenga una “señal de la autoridad del hombre” sobre su cabeza, y el Corán (24: 59), desvinculó el velo de la rectitud religiosa, para enlazarlo con la demanda sexual de los varones, permitiendo a las mujeres “que han llegado a la menopausia”, a deponer sus velos; de paso consolidó su estatus legal de inferior: siempre estará bajo la tutela del varón. A los ocho años, cubrirá su cabeza y será tratada, civil y penalmente, como una adulta. Hoy este modelo de mujer, súbdita de segunda categoría, es la imagen de la sociedad diseñada por la ultraderecha religiosa.

Irán fue el primer Estado musulmán que prohibió, en 1935, el uso del velo en público. A pesar de las protestas del clérigo, fue el inicio de la liberación de la mujer y su entrada en la universidad, la política y el mercado laboral. Cuatro décadas después, el régimen islámico impuso el velo, bajo durísimos castigos a las rebeldes, en el mismo paquete de leyes que le hacían necesitada, desde nacer hasta morir, de un tutor varón que gestione su vida a todos los niveles, como si de una menor se tratara. Cumplía así no sólo con los preceptos del Libro Sagrado, sino con la profecía que las conquistas sociales son reversibles.

Para la ultraderecha religiosa el velo es una estrategia política: Un modelo de mujer, para una sociedad patriarcal de la vieja usanza.

Que una adolescente de familia musulmana en Europa, de repente, aparezca con el velo, suele deberse al temor de la familia a que ella se contagie del modo de vida “no decorosa” de sus compañeras; de las presiones de los imanes (que en una escala superior representa, además, el pulso entre la derecha cristiana y la islámica), y también a la búsqueda de una identidad supraterritorial de la propia joven, ya que no puede integrarse en ninguna tribu de su entorno.

Nadie sabrá de los traumas que sufrirá en silencio una adolecente con velo, al quedarse fuera de la competición por conquistar el corazón de algún muchacho del instituto. ¿Cómo podrá rivalizar con sus colegas coquetas y arregladas? Su vida sentimental se reduce en coincidir con un chaval musulmán –condición de cumplimiento imprescindible de su futuro esposo-, o en un matrimonio arreglado por sus padres.
El velo es mucho más que una prenda.

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