El panóptico digital – Marcelo Lafón –

 

En lo referido a los modos de dominación actuales, debemos admitir que el despliegue del neoliberalismo –como dispositivo biopolítico[1] del Capital- ha inclinado la balanza a favor de la predicción de Aldous Huxley sobre la de George Orwell: en efecto, en 1984, el libro de Orwell (escrito en 1948), se predice un mundo rigurosamente vigilado por un Gran Hermano, donde hasta el pensamiento de las personas es objeto de una vigilancia centralizada mediante un ministerio creado a tales efectos. 1984 es una sociedad en la que se produce una cerradura total del registro material por parte del Poder para borrar toda memoria colectiva y singular.

En Un mundo feliz (publicado en 1932) Huxley ficcionaba una sociedad feliz a través de la medicalización y la “hipnopedia”: un método de manipulación basado en la repetición de frases cortas que se graban en el cerebro de los niños al nacer y mientras se duermen para que las personas crean ciertas “verdades” (años después, el autor admitiría que buena parte de su ficción ya se había convertido en realidad).

Hoy, en este neoliberal mundo feliz, donde no se borran los archivos como sucedía en 1984 sino que, al contrario, todo está obscenamente a la vista, ¿qué es sino el sueño, el hastío y la ansiedad convertidos en Rivotril, la impotencia en Viagra, la crisis de proyectos y la depresión en Prozac y el dolor en Ibupirac?

Ahora, ¿cómo se produjo la preeminencia de Un mundo feliz sobre 1984?

En el despliegue mundializado del Capital, no hay dimensión ni aspecto alguno de la sociedad y la naturaleza que quede sin tocar. La novedad o, si se prefiere, la lógica inmanente del Capital, apunta ahora a capturar la constitución misma del sujeto en el orden estructural del lenguaje (ver artículo sobre libro de Jorge Alemán en este mismo número).

Para ello, ya no hace falta ninguna policía del pensamiento porque somos invitados y hasta compelidos a manifestar nuestros pareceres más íntimos, al contrario de lo que sucedía en 1984; tampoco padecemos la escasez de información sino que, en todo caso, nos abruma su exceso; no se nos esconden verdades sino que, los criterios de verdad, se pierden en la irrelevancia ética de los enunciados. Como había adelantado Foucault, pareciera que el Poder ya no prohíbe, no quita, más bien optimiza y así resulta más eficiente en los niveles de cooptación de las resistencias al mismo.

El Poder aparece como ilimitado y da la impresión que se rehace a sí mismo en cada crisis acelerando los tiempos de la construcción de subjetividades semejantes al flujo de las mercancías y el dinero.

¿Cuáles son esas semejanzas?

La ahistoricidad e inconsistencia de las construcciones subjetivas que devienen en fugaces, utilitarios y volátiles lazos sociales (cual mercancías) asentados en la pérdida del discurso verbal y en  favor de un régimen visual que tiende al grado cero de significación (no habría nada que entender, ya que todo es para ver y consumir).

De ahí la proliferación, desarrollo tecnológico mediante, de nuevos regímenes de constitución del Yo asociados a “la tiranía de las visibilidades”[2]. Visibilidades para acceder a –y exponerse a- en un régimen visual digital que todo lo penetra y lo transparenta en el intento de convertir hasta lo más íntimo de la condición humana en una mercancía más.

Ese sustrato tecnológico acompaña el desarrollo de una publicidad devenida en marketing total de la vida que ya no apunta únicamente a satisfacer necesidades y deseos sino que, ahora, interviene en la construcción misma de las subjetividades sociales generadoras de esos deseos y necesidades. Todo ello, imbricado en una cultura cuya regla parece ser ¡libérate de toda atadura! Porque algo está ocurriendo por primera vez en la historia de la humanidad: la existencia de una sociedad que exalta y demanda la falta de límites. Como dice Yago Franco “¡Sé ilimitado! Parece ser el mandato social que forma parte del núcleo de significaciones imaginarias del capitalismo tardío que conlleva un incremento del consumo –o un deseo del mismo-, creándose nuevas mercancías que deben volverse obsoletas rápidamente para su renovación permanente. Claro que hay una trampa: porque, si algo es ilimitado, por consecuencia lógica la completud no es posible. Sólo en el campo de algo que sea mensurable puede haber completud. Y, en la práctica, se termina produciendo un estado de insatisfacción y frustración casi constante”[3].

Construcción social de nuevas subjetividades en el pasaje de la sociedad  disciplinaria a la sociedad de control. Sociedades de gerenciamiento, como forma de darle un nombre propio a ese control, dice Grinberg, que continúa: “Ya no se trata de la normalización en términos de la homogeneización de la conducta, la norma es la diversidad, la búsqueda de la identidad, la construcción del propio proyecto” y la autora grafica de manera brillante el pasaje de época: “De la revolución social a la revolución interior y de la crítica social a la crítica de sí: del hippie al yuppi”[4].

Ni más ni menos, la exaltación de un narcisismo ilimitado que necesita exhibirse y ser exhibido y, con ello, incurrir en una lógica y racionalidad de vida propia de la mercancía. Y en ello, las llamadas redes sociales, en particular, y las tecnologías de la información, en general, han contribuido decisivamente hasta un punto inimaginado. Para ello, es necesario observar los grados de profundización digitales que se han producido desde la irrupción de internet a la fecha.

Así, avances tecnológicos que aparecían en la pantalla como series de ciencia ficción hoy son una realidad en la vida humana. Por caso, sirva como ejemplo la serie televisiva inglesa Black Mirror que en su tercera temporada, en el episodio “Caída en picado”, muestra un mundo en el que las personas eran calificadas digitalmente en sus interacciones sociales con una puntuación de 0 a 5. Pues bien, en China se ha comenzado a usar un nuevo sistema de “crédito personal” que está vinculado a una plataforma de pago móvil que les da a los usuarios una puntuación de entre 350 a 950 puntos en función de sus hábitos personales; por ejemplo, pagar las deudas califica bien, pero también califica las personas con las que uno se relaciona o las cosas que compra. Además, resulta que el sistema de crédito Zhiuma está conectado de forma directa a la lista de personas deshonestas manejada por el gobierno chino. Y entonces, puede ocurrir –ya ocurrió- que la puntuación le prohíba a una persona viajar en avión y sólo pueda hacerlo en los trenes más lentos, o no poder comprar ciertos bienes de consumo, o solicitar préstamos bancarios. Y esa lista negra es pública con lo cual bien pudiera ocurrir que en el futuro –hoy- abandonemos una amistad al ver que la puntuación de un amigo, justamente, está cayendo y eso me perjudica. Es decir, el “crédito social” evaluará todas las calificaciones crediticias, financieras, legales y … ¡sociales y políticas! de toda la ciudadanía, lo cual permitirá saber el nivel de confianza estatal que suscita cada persona.

También, la cuestión de la vigilancia permanente que se desarrolla sobre las preferencias de las personas a partir de las rutas de navegación por el ciberespacio empleadas. Ello ha permitido, entre otras cosas, el desarrollo invasivo de la publicidad segmentada de acuerdo a los distintos “usuarios” –al igual que la propaganda política- por grupos etarios, por preferencias de todo tipo, por páginas visitadas, etc.

Como se observa, una hiperconexión digital que engloba dispositivos financieros, lenguajes, cuerpos, aparatos psíquicos, etc., sin que todavía nos hayamos dispuestos a una recepción crítica de esos flujos digitalizados. Sin que hasta el momento hayamos discutido, no el uso de las redes, los audiovisuales y la tecnología en general, sino el detectar hasta qué punto esas modalidades técnicas-haciendo realidad aquello de “el medio es el mensaje”- sobredeterminan las significaciones a otorgar. Hasta qué punto, esas modalidades técnicas “democratizadoras” tienden, subrepticiamente, a reemplazar  los espacios públicos y comunes del encuentro y debate políticos por la construcción de subjetividades tan fugaces y evanescentes como la digitalización misma.

Sirvan al respecto, las afirmaciones de Eric Sadin[5]: “Nuestra representación de lo digital sigue estando marcada por la era del acceso. La mayoría de los individuos conocieron el universo digital y el acceso a internet a finales de los 90. Había que ser un protestón para no encontrar en esas tecnologías algo formidable. Pero hoy estamos en otra era más nociva (…) ya no se trata de digitalizar el sonido, la imagen o los textos sino la vida misma. Estamos ahora exactamente en ese presente, en la era de los sensores, de los objetos conectados y de la inteligencia artificial. Esto nos lleva a que, si no tenemos cuidado, todos nuestros gestos más íntimos serán escrutados (…) Vamos hacia un testimonio integral de la vida, pero ese testimonio es, de hecho, una explotación con dos finalidades: instaurar un nuevo estado del capitalismo (…) cuyo propósito es no dejar ningún vacío de la existencia, es decir, se trata de lanzarse a la conquista integral de la vida (…) a rentabilizar, a monetizar, (…) a la mercantilización integral de la vida. Por ejemplo, una balanza conectada no es sólo la curva evolutiva de mi peso sino, también, a través de aplicaciones, la inclusión, la oferta, en función de mis estados, de complementos alimentarios o de estancias en la montaña. El horizonte que se nos viene encima es el de la capacidad de mercantilizar todos los momentos de la existencia humana. Es el estado último del capitalismo”. Y concluye Sadin: “Pasamos así de la era del acceso, donde sólo se trataba de acceder a los documentos y a comunicar con otros individuos, a la de ahora, donde el conjunto de la vida es captada para ganar dinero y con ello optimizar la producción (…) pero lo peor es que no se trata de una colonización forzada, violenta, sino de una colonización anhelada”. ¿Un Mundo feliz?

Como anticipara Foucault y desarrollara Deleuze, la sociedad disciplinaria se reconvierte en la sociedad de control donde el panóptico digital -construido voluntariamente mediante las redes sociales- funciona por la colaboración activa que sus habitantes le otorgan. Un panóptico digital donde desaparece la distinción entre centro y periferia y sus moradores se exhiben ellos mismos y son exibidos a su vez. Como dice Byung-Chul- Han[6]: “El exhibicionismo y el voyeurismo alimentan las redes como panóptico digital. La sociedad del control se consuma allí donde su sujeto se desnuda no por coacción externa, sino por la necesidad engendrada en sí mismo”.

Remata Byung-Chul Han: “Google y las redes sociales, que se presentan como espacios de libertad, se han convertido en un gran panóptico … La vigilancia no se realiza como ataque a la libertad. Más bien, cada uno se entrega voluntariamente…el morador del panóptico digital es víctima y actor a la vez”. “Un Mundo feliz” donde la biopolítica implica, no tanto un poder coactivo, como un poder pastoral no coercitivo. La paradoja de una sociedad permisiva que –panóptico digital mediante- nos regula como nunca antes.

El panóptico (la gran mirada) de Jeremías Bentham (siglo XVIII) se constituye a partir del modelo carcelario con un centro que es la mirada del vigilante que llega a todas partes, mientras que él mismo permanece invisible para los vigilados. Fábricas, escuelas, hospitales, asilos, etc., se constituyen también como instituciones disciplinarias siguiendo ese modelo tan bien conocido por todos nosotros.  Pero mientras que los habitantes del panóptico clásico son conscientes de la presencia continua del vigilante, los que habitan en el panóptico digital se creen que están en libertad. Y esto es todo un triunfo político y cultural del Capital en su fase posmoderna: la naturalización de tecnologías, lenguajes, historias e imaginarios sociales que esconden su acto de imposición.

En este sentido, la cultura producida por las relaciones sociales capitalistas – cultura digital incluida-, se convierte en un campo de batalla tan decisivo como la política; esto es así, en la medida que la disputa cultural que se libre desde el campo de las políticas de emancipación se dirija a la crítica radical de la lógica mercantil capitalista. Al dar cuenta de ese funcionamiento y realizar esa crítica, el planteo cultural emancipador se transforma decididamente en una posición política ya que debe dar cuenta de los fundamentos mismos, tanto materiales como simbólicos, del sistema. Será desde ahí, donde la práctica política se podrá instituir como posibilidad de elaborar nuevos proyectos colectivos de vida sustentados en una condición humana no mercantil.

Marcelo Lafón

[1] Biopolítica es una categoría acuñada por Michel Foucault  para señalar cómo, entre fines del siglo XVIII y principios del XIX, se desarrolla una nueva tecnología del poder destinada a trabajar con la población como problema biológico y como problema de poder. Con la tecnología del biopoder, señala, aparece un poder continuo, científico, que toma en gestión la vida, los procesos biológicos de la especie humana para asegurar, no tanto su disciplina, como su regulación.

[2] Ver artículo de Diego Genaro en Pido la palabra N° 2 sobre el libro de Paula Sibilia. La intimidad como espectáculo. F.C.E., Buenos Aires, 2008.

[3] Yago Franco. “Sobre los límites” en WWW.el psicoanalítico.com ar

[4] Silvia Grinberg. Educación y poder en el siglo XXI. Buenos Aires, Miño y Dávila, 2008, pág. 279 y ss.

[5] Sadin, Eric. Entrevista con Página 12 el 23 de junio del 2017. Del autor ha sido traducido al castellano su último trabajo: La humanidad aumentada: la administración digital del mundo.

[6] Byung-Chul Han. La sociedad de la transparencia. Herder, Buenos Aires, 2017. Pág. 89 y ss.

Imágen: gentileza

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