Contra la tiranía de la madre perfecta -Elisabeth Badinter -Francia-

El libro de Badinter discute el “naturalismo” que pregona el retorno de la mujer al hogar.

El título del libro, El conflicto: la mujer y la madre, anuncia algo que toda mujer sabe: la maternidad es un universo complejo. La autora, Elisabeth Badinter, es una prestigiosa filósofa feminista francesa de 66 años que, en esta obra reciente, se inquieta ante lo que considera una embestida en los países industrializados del movimiento naturalista. Una doctrina que insiste en la primacía de la naturaleza por sobre la cultura.

En los años 60, las mujeres peleaban con afán por liberarse del determinismo natural. La píldora anticonceptiva inspiró el eslogan “un hijo si quiero y cuando quiero”. En cambio, a partir de los años 80, según Badinter, las hijas de aquellas mujeres se rebelan y reivindican un retorno al origen. Al cuerpo femenino donde reposaría el arquetipo de lo sagrado: la maternidad. Promueven un estilo de crianza simbiótica, practican la lactancia a la demanda, abandonan el trabajo por períodos cada vez más largos, algunas se hacen adeptas del colecho e incluso vuelven a utilizar, para proteger el planeta, pañales lavables. El “lo quiero todo” es reemplazado por “le debo todo a mi hijo: mi leche, mi tiempo, mi energía”.

Publicado en Francia por la editorial Flammarion, El conflicto: la mujer y la madre lleva vendidos en Francia desde febrero más de 150 mil ejemplares y encabeza desde entonces las listas de ventas de obras de no ficción.

Badinter ha desatado un violento debate que incluye a la ex secretaria de Estado de la Ecología de su país –Nathalie Kosciusko-Morizet– a quien acusa de fundamentalismo ecológico por haber propuesto gravar fuertemente los pañales desechables y estimular la utilización de pañales de tela. Otras voces, como el diario satírico Le canard enchainé, prefirieron recordar que Elisabeth Badinter es heredera y accionista de Publicis, cuarto grupo mundial de comunicación fundado por su padre, que tiene como clientes, entre otros, a empresas fabricantes de leche en polvo y pañales, recriminándole así llevar adelante una cruzada más cercana al interés comercial propia que a la liberación de la mujer.

Entre golpes bajos y acusaciones de ser una feminista de otra época, una intelectual que opone ecología y feminismo, o una escritora de un panfleto que ataca a la Liga de la Leche para no enfrentar a los verdaderos lobos de la condición femenina, Elisabeth Badinter no deja a nadie indiferente. Desde su estudio de París, y a través del teléfono, responde a Ñ las razones que la han llevado a lanzar un grito de alarma contra una ideología que estaría moldeando los escalones de una vuelta de las mujeres al hogar.

-Usted afirma que en estos últimos treinta años se produjo una revolución en la concepción de la maternidad. ¿En qué momento percibió este cambio que dio lugar a su último libro?

-En 1980 escribí el libro ¿Existe el instinto maternal? Historia del amor maternal donde afirmo que el instinto maternal es un mito. Casi veinte años después, en 1998, el entonces ministro de Salud de Francia firmó un decreto que prohibía hacer publicidad de leche en polvo en las maternidades públicas y, sobre todo, se dejaba de ofrecer gratuitamente leche en polvo a las parturientas. Ese anuncio me resultó inconcebible y lo entendí como un modo de intervenir –incluso simbólicamente– sobre una elección personal: amamantar o no amamantar a sus hijos. Me dije que el modelo materno estaba modificándose en Francia, y comencé a estudiar el tema más de cerca.

-En su libro, la Liga de la Leche es descripta como un grupo fundamentalista responsable de instalar en la sociedad la idea de que la buena madre es aquella que amamanta y que se queda en el hogar. ¿Está usted en contra de la lactancia?

-Lo que sostengo es que no puede ser que el modelo de la Liga de la Leche se imponga a todas las mujeres. Yo no estoy de ninguna manera contra la lactancia porque sé muy bien que, para algunas mujeres, es una fuente de plenitud y disfrute. Pero no quisiera que este modelo se vuelva obligatorio. Se presenta la relación simbiótica con el bebé como el buen ejemplo a imitar. Este modelo de la “buena madre” se está imponiendo moralmente y esto es grave. Apenas una mujer se convierte en madre y ya es culpable. Si una mujer dice que prefiere dar la mamadera o si una mujer a los tres o cuatro meses dice “yo tengo ganas de volver a trabajar”, es vista como alguien egoísta, como una mala madre.

-La mujer se enfrentaría, según su libro, a una revolución encabezada por el naturalismo, la ecología radical y las ciencias del comportamiento humano, que volverían a ubicar a la maternidad en el centro del destino de la mujer. ¿Pero no puede tratarse de una elección personal?

-Yo afirmo que este movimiento es una regresión. Y también puede ser una elección personal. Hoy en día el trabajo mal pago e inestable puede conducir a un cierto número de mujeres a decidir ocuparse de los hijos en lugar de tener que soportar un trabajo ingrato. Pero habría que decirles a esas mujeres que corren un riesgo muy importante al abandonar el mundo laboral. Esto concierne tanto a la mujer burguesa como a las clases populares. Creo que la condición sine qua non de la libertad femenina es la independencia financiera. Y me parece que no les recordamos lo suficiente este hecho a las mujeres de las nuevas generaciones. No podemos proclamar ser las más aptas para ocuparnos de los hijos y, a la vez, quejarnos después por la diferencia salarial con los hombres.

-En su libro “¿Existe el instinto maternal? Historia del amor maternal”, usted se refiere a las burguesas y aristócratas del siglo XVIII que entregaban sus bebés a las nodrizas y se despreocupaban de ellos, hecho que confirmaría su idea de que el instinto maternal no existe. Pero hay otras miradas. La antropóloga estadounidense Sarah B. Hrdy en su libro “Madre naturaleza: Los instintos maternales” afirma por el contrario que la existencia del instinto maternal no es un mito.

-Jamás afirmé que no hay ningún fundamento biológico en la maternidad pero, contrariamente a lo que dicen los que defienden la existencia de un instinto materno yo sigo pensando que el inconsciente y la historia personal de cada mujer son factores mucho más determinantes que las hormonas de la maternidad. La teoría de Sarah B. Hrdy indica que en una mujer que viene de dar a luz hay dos hormonas que se ponen en movimiento, la prolactina y la ocitocina, y que crean en la madre la necesidad de la lactancia que funda, a su vez, el vínculo entre la madre y el niño. A mí esto me parece muy discutible. Primero, porque todas las mujeres no tienen deseos de dar el pecho. No creo que se pueda asimilar la mujer a un chimpancé. En el siglo XVII, XVIII y parte del XIX en Francia, las mujeres privilegiadas, con todas las condiciones económicas para ocuparse de un niño, preferían deshacerse de ellos entregándolos durante años a una lejana nodriza para poder disfrutar de una vida social y conyugal. ¿Es posible acaso, hablar de un instinto que no se manifiesta durante siglos? Cuando uno cree en el instinto maternal cree en la primacía de la biología por sobre la cultura. Sin embargo, me parece que los comportamientos que observamos, no sólo en la historia sino también a nuestro alrededor, muestran lo contrario.

-Usted señala que en esta época individualista y hedonista, elegir tener un hijo implica querer ser una madre perfecta que le debe todo al niño. ¿Cuáles serían las consecuencias de este nuevo modo de crianza?

Esto es muy reciente como para tener verdaderamente idea de qué tipo de niños va a dar esta fusión entre la madre y el hijo. Pero la frase “yo no elegí nacer” es absolutamente nueva. Esto no se escuchaba hace treinta años y acrecienta aún más la culpabilidad de las madres. Gracias a la anticoncepción y –en Francia– al aborto, decidir procrear aumenta considerablemente la responsabilidad que tenemos hacia un hijo. Como no es un accidente de la naturaleza ni un deseo divino, uno se dice que le debe todo al hijo. Yo no creo que los niños nacidos a partir de la contracepción sean más felices que los otros. Lo que sí sé, es que resulta cada vez más complicado criarlos.

-¿Usted cree que las mujeres sacrifican su destino personal en pos de la reproducción de la sociedad?

-Esto es evidente. Las mujeres pagan mucho más caro que los hombres la procreación. Sea cual fuere la clase social, la responsabilidad moral, material y cotidiana recae enteramente en las mujeres. Las estadísticas son formales, en Francia, no sé en Argentina, el ochenta por ciento del trabajo doméstico es realizado por las mujeres. Es cierto que los hombres jóvenes se ocupan más de sus hijos. Pero esta realidad no implica para nada un trato igualitario en la crianza de los hijos y en el reparto de las tareas domésticas.

-Usted afirma que los profesionales de la infancia descubren sin cesar nuevas responsabilidades hacia los hijos que recaen siempre sobre las espaldas de la madre. ¿Son ellos los nuevos enemigos de la independencia de las mujeres?

-No, no son enemigos. Pero lo que me gustaría recordarles a las mujeres es que los pediatras, los psicólogos de niños y demás profesionales de la infancia, cada tanto cambian de opinión. Hace treinta años había que alimentar a los niños con mamadera, hoy es exactamente lo contrario. Para evitar la muerte súbita del bebé se aconsejaba hacerlos dormir boca abajo, como si esa fuera una verdad científica y no lo era. Ahora resulta que recurrir a la peridural no es bueno para el bebé. En los países escandinavos a las mujeres les resulta casi imposible reclamarla durante el parto. Creo que es aconsejable no olvidar que la autoridad de los especialistas de la infancia –que hacen uso y abuso– es muy relativa. Digamos que no son enemigos, sólo que no debemos comportarnos como bebés irresponsables con miedo a la autoridad médica.

-Convengamos que la mayoría de las mujeres, como usted sostiene, no sabe por qué tiene hijos. ¿Es esto un problema?

-No es un problema, para nada. Pero uno no decide tener un hijo como decide comprarse un caramelo. Se trataría simplemente de hacerse la pregunta sobre si uno puede asumir la responsabilidad de un hijo. Lo que me aterra es ver a tantas parejas tener hijos de manera inconsciente. Muchas veces resultan inclusive indiferentes a esas criaturas, o tienen una gran incapacidad psicológica para la crianza de niños. La sociedad sabe que esos niños van a sufrir atrozmente, pero nadie se atreve a decir nada. “Es la naturaleza”, se responden.

-Pero ¿qué hacer? ¿Acaso alguien puede adjudicarse la autoridad de señalar quiénes son aptos o no para ser padres?

-Quizás, la primera cosa para hacer sea decirse que tener un hijo no es una obligación. Que cuando uno decide tener un hijo tiene que reflexionar. Es por eso que yo les reconozco a las mujeres que deciden no tener hijos, el coraje de haber hecho por lo menos el cálculo de placeres e inconvenientes de la maternidad. Tal vez haya que cesar de pensar que un hijo –y esto sería una revolución extraordinaria– es un evento natural. Que tener un hijo siempre es lo correcto.

-Siendo el amor un sentimiento frágil e imperfecto, usted dice que quizás éste no está inscripto en la naturaleza femenina como nos lo quieren hacer creer. ¿Se puede continuar hablando de naturaleza femenina?

-Es una buena pregunta. Por supuesto que hay una naturaleza femenina. Una mujer no es un hombre, hay al menos una diferencia física y fisiológica. ¿Pero es que se puede continuar definiendo la femineidad a través de la maternidad? Cuando en países como Alemania hay un 27 por ciento de mujeres que no tienen hijos, ¿es que esas mujeres no desmienten la equivalencia mujer/madre? Lo que me asombra es la existencia de una gran diversificación de deseos femeninos que pone en cuestión la posibilidad de una definición universal de la naturaleza femenina.

-Usted aconseja utilizar esa arma implacable que es la culpabilidad, contra los hombres. ¿De qué manera?

-Mire, es simple, con pequeñas frases como “no es justo”, “ustedes deben compartir las tareas cotidianas con nosotras”. Es el discurso que habíamos comenzado a tener frente a los hombres en las décadas del 70 y 80 y que había engendrado un fenómeno que fue el llamado papa poule (padre gallina). Pero es una presión que hemos cesado de ejercer sobre ellos. Y esas pequeñas frases representaban la culpabilización moral, que es el gran factor de cambio de mentalidad en la sociedad. Este nuevo modelo naturalista, de simbiosis entre la madre y el niño, deja necesariamente al padre afuera, en el exterior de la relación. Y, sin que hayan hecho nada para lograrlo, los hombres se encuentran así liberados de toda coacción para hacerse cargo, de manera igualitaria, de los hijos y de las tareas domésticas. Hace falta también una participación de movimientos feministas que, al menos en Francia, casi no existen. Yo diría que los dos feminismos que hemos conocido, el universalista y el diferencialista, tienen un discurso tan opuesto que se anulan mutuamente. Entonces, ya nadie puede hablar en nombre de la mujer porque el único tema sobre el que se han puesto de acuerdo es sobre la mujer víctima.

-¿Qué quiso decir cuando se definió a sí misma como una madre mediocre?

-Yo fui una madre como todas las otras madres, con fracasos, con momentos de incomprensión. Cuando me refiero, entre comillas, a una “madre mediocre” estoy hablando de lo que yo considero como la condición humana normal. Hay que acabar con la tiranía de la madre perfecta, que es un mito.

-¿Por qué tuvo hijos? Tres, además.

-Le voy a hacer una confidencia. ¡Yo quería tener cuatro hijos! Y como es una entrevista para un medio extranjero, le haré otra confidencia más: primero, yo adoro a mi marido por eso quise tener muchos hijos con él y por otra parte, me ¡en-can-tó estar embarazada! Fue el período más feliz de mi vida.

-¿Amamantó a sus hijos?

-Esa pregunta no la voy a responder.

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