¿Puedo querido? – 29-06-10 –

Fue esta subjetivación la que permitió esa forma de violencia encubierta que implica que el poder y el dinero se inscriban como naturales en los circuitos públicos-masculinos; mientras que los circuitos femeninos se despliegan en un mundo privado, significado socialmente como subalterno, sin independencia económica, con todo lo que esto implica.

¿Es la mujer víctima o cómplice de estas significaciones sociales que la condenan a una dependencia injusta? La violencia también se exterioriza en la convicción de muchas mujeres de que el dinero no les pertenece, negando y desvalorizando el hecho de que su trabajo en el hogar y como madre representan un valor y que sólo tiene validez el dinero ingresado por su marido.

Pero esta subjetivación de la mujer no se establece sólo en aquellas que se abocan con exclusividad a los trabajos domésticos y la crianza de los hijos/as. También se extiende a las profesionales o las que ingresan mayor cantidad de dinero que sus esposos, situación que trataré de ilustrar con una historia de vida. Alicia, 53 años. Desde los 30 dirigía una inmobiliaria que heredó de su padre.

Concurría diariamente a su tarea en su propio coche. Se desempeñaba con eficacia y sumo placer, ya que consideraba su trabajo una salida positiva a su rol doméstico que no la satisfacía plenamente.

Hace dos años su esposo fue despedido de una empresa en la que ejercía un alto cargo, motivo por el cual comenzó a trabajar con ella. Alicia confiesa que ya no le gusta la tarea, que está cansada que las decisiones hoy pasen por su marido, quien ha tomado las riendas de la inmobiliaria. Se encuentra en un estado de depresión y desinterés, siente culpa y angustia por las emociones negativas que evidencia respecto a su pareja.

Estamos en presencia de una violencia sin castigos físicos, ni gritos, que pasa inadvertida. Violencia que constituye un invisible social que no es lo oculto, sino que se conforma de hechos que están ahí, insisten, pero que de tan obvios, resultan difíciles de percibir.

Por eso ‘Es frecuente encontrar que los hombres en la edad media de su vida vivencien una cierta capitalización de las energías y dedicaciones invertidas en sus años anteriores. Y también es frecuente observar el sentimiento contrario en las mujeres que se sienten descapitalizadas, tanto en dinero como en experiencias de producción y creatividad. Muy a menudo en estos casos, el malestar que produce la injusticia de una capitalización tan despareja suele llevar a las mujeres a estados de profunda depresión.’ (Las mujeres y la violencia invisible, compilado por Eva Giverti y Ana María Fernández)

Vuelvo a mi pregunta inicial ¿Es la mujer víctima o cómplice de estas significaciones sociales que la condenan una dependencia injusta? La respuesta tiene que ver con el paradigma que a través de los siglos hizo que la mujer aceptara como natural su dependencia, avalándola y haciéndola suya, aún habiendo conquistado el espacio de lo público.

Dice Simone de Beauvoir ‘La dependencia, aunque las mujeres se adapten a ella y hasta se feliciten por ella, nunca deja de ser una maldición.’

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