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¿Existe el ejercicio de la prostitución libre?

La sexualidad se define integrando el concepto de intimidad, que se crea en el ser humano a partir del acceso al pudor y a la ternura. Implica un otro u otra en la misma situación íntima, definida en sentido amplio. Esto solo se logra a través de unión con el placer. Ternura y placer erótico constituyen la sexualidad humana. Y no puede en esta definición existir el dinero de por medio, ya que marca una relación de poder de otro orden.

El ejercicio de la prostitución “libre” implica la negación de la sexualidad, convirtiéndola en un mero juego del cuerpo, entregado a cambio de “algo”. Que una mujer acepte este trato no significa que su elección sea libre. No nos engañemos. Allí donde se juegan dinero y poder no existe la libertad, solo una fantasía sobre la misma.

Yo he tenido varias pacientes que decían por ejemplo “dónde vas a ganar más”, hasta que se dieron cuenta de que lo que ganaban no era lo que querían, y sin ninguna censura de mi parte, por supuesto. Es allí donde la mujer cree que no puede hacer otra cosa para “ganar más”, que “elige”. No son dos posturas simples, como no lo es la diversidad, pero la elección de la prostitución no se puede considerar “elección u orientación sexual”, no lo es. No se rige por el deseo sexual o el amor hacia un otro u otra.

No siempre quien “elige” a solas, sin que haya un otro que la obligue, elige realmente. Ese “otro” está encaramado en el imaginario social que hace creer que todo es vendible, hasta el cuerpo y que eso es elegir.
Si se queda con el enunciado “lo hago porque quiero y nadie me obliga”, no se puede ver la mujer que hay detrás de eso, renunciando a su propia sexualidad “íntima” (aunque la tuviera) al compartirla con muchos por dinero, renunciando al lazo social femenino de intercambio, salvo con quienes estén en la misma. Ese “porque quiero” es un desafío para no ser enjuiciada, para aceptar ellas mismas lo que no saben o no pueden resolver.
Quien paga adquiere un derecho, y entonces el /la que vende ya no es dueña ni de su elección, ni de su cuerpo y debe someterse a los deseos del otro, por mas condicionamiento que algunas prostitutas pongan, nunca es una relación libre, es un otro que pagó quien la administra.

El tema está, como yo lo entiendo, pero puede haber otras explicaciones desde otros lugares, en la “venta”, “alquiler” o como lo queramos llamar.
Desde la psicología y el psicoanálisis se define la subjetividad entre otras cosas como capacidad de elección. Si se coloca la elección en el inicio del acto de “venta”, o sea el “acuerdo” da la impresión de que es libre, pero de inmediato se transforma en un acto regido por el poder, de donde no solo desaparece la sexualidad amorosa, desaparece la sexualidad, concepto interno que no tenemos que confundir con la conducta, o acto sexual, solo porque se pone en juego algo del cuerpo.

Se “compra” un acto físico, pero el deseo ya no es sexual, se transforma en deseo de poder, mediatizado por el acto corporal. Cuando alguien paga, se adueña de lo que compró, y ahí se terminó la libertad de quien vende.
El imaginario social hace creer que los hombres no pueden vivir sin relaciones sexuales “por una cuestión biológica”, supuesta diferencia de las mujeres, y eso justifica la prostitución. La “descarga”, de la forma que sea. Eso no es sexualidad. Es ejercicio del poder masculino con el dinero como medio de intercambio. El placer en la prostitución, para el cliente, no está en la sexualidad está en el poder sobre la mujer que “compra”. Se entiende mejor pensando en el abuso sexual infantil, donde no hablamos de ejercicio de la sexualidad sino del ejercicio abusivo del poder de un adulto, vehiculizado por conductas sexuales concretas.

Por eso no existe tanta diferencia en la trata, la prostitución con cafishios o rufianes, y la prostitución “libre”, porque están basadas, todas, en un imaginario que sostiene el poder del hombre sobre la mujer. La diferencia, no menor, está en la forma, en redes, en grupos o a solas, pero el sostén de que ello suceda es el mismo.

Trabajo implica remuneración, pero también implica “hacer” algo productivo, se instala en la cadena de producción. ¿Podemos decir que la mujer “produce” vendiendo su cuerpo?. Trabajo implica contrato con derechos y obligaciones pactadas (mas allá de lo que en la realidad suceda) y leyes que lo regulen. Ese es el peligro de considerar trabajo a la prostitución, que se regule y los “clientes” sean legítimos compradores de lo que no es vendible. Porque, en definitiva, vender el cuerpo es vender la voluntad y quedar a merced del que compra, tal vez en algunos casos con la ilusión de libre elección.
Se venden y compran “cosas, objetos”, no personas. Pagar un acto de prostitución es convertir a quien la ejerce en una cosa adquirible ¿eso es elección libre?

Con respecto a lo que “realmente querían”, no puedo decir mucho, porque son situaciones individuales, pero hay algo que podría generalizar, como siempre con el riesgo de la generalización en lo individual. La fantasía de ser independiente ganando “buen dinero”, hasta que aparece la verdad, eso no es libertad ni independencia. Es sometimiento. Y no es sexualidad, es poder. Pensemos si no, porque en forma mayoritaria ejercen la prostitución las mujeres con hombres. Sabemos que existe la prostitución masculina, con la orientación del parteneire que sea, y sin embargo, la proporción sigue siendo abrumadora en la prostitución de la mujer por el hombre.

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